Pedro García Cuartango-ABC

  • Hay muchas posibilidades, y hay que hablar siempre en condicional, de que Putin acabe mal

Alo largo de estos días se ha empezado a hablar de un posible alto el fuego negociado entre Putin y Zelenski. Sería una magnífica noticia, pero hay pocas posibilidades de que ese acuerdo se produzca. La razón es obvia: Putin necesita una victoria militar y, probablemente, no está dispuesto a poner fin a la ofensiva sin concesiones territoriales. No es absurdo suponer que el caudillo ruso pretende anexionarse todo lo que queda al este del Dniéper y, tal vez, la ribera del mar Negro.

Es altamente improbable que Putin consiga lo que se propone porque, aunque a corto plazo lograra sus objetivos, el coste humano y económico de la ocupación sería insostenible. Como el Ejército soviético experimentó en Afganistán, es imposible controlar un gran país si hay una resistencia armada y una hostilidad popular contra el invasor.

Putin pensaba en una rápida operación que durara no más de un par de semanas para forzar una rendición incondicional. Como hizo Stalin cuando terminó la II Guerra Mundial en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, la RDA y otros países, ello le hubiera permitido imponer un gobierno manejado desde Moscú. Probablemente hubiera devuelto el poder a Víktor Yanukóvich, que tuvo que dimitir y refugiarse en Rusia tras la revuelta de Maidán. Esta opción ya no parece posible.

Putin se ha encontrado con una resistencia que no esperaba y todo lo que no sea una clara claudicación de Zelenski no es aceptable para él. Pero, aunque lograra hacerse con el control de Kiev, Járkov, Mariúpol, Odesa y otras ciudades, es dudoso que pudiera mantener esa ocupación que ha hundido la economía rusa.

Por tanto, hay muchas posibilidades, y hay que hablar siempre en condicional, de que Putin acabe mal, sea porque la victoria se le indigesta o sea porque la campaña militar se alarga mientras la OTAN presta ayuda a la nación ucraniana. De todo ello emerge la posibilidad de una implosión en Rusia, semejante a la que se produjo tras el golpe fallido y la destitución de Gorbachov en 1991. Yeltsin tomó entonces las riendas, pero ahora es imposible anticipar lo que podría suceder. En ese escenario existiría el riesgo de un nuevo golpe de Estado, propiciado por la cúpula militar, para llenar el vacío de poder. Ello supondría el reforzamiento del autoritarismo con el que ha gobernado Putin y una exacerbación del nacionalismo paneslavo.

Poco pueden hacer la OTAN y la UE para evitar este desenlace porque ahora la prioridad es derrotar a Putin. Pero hay que ser consciente de los peligros que implica una guerra como ésta, que podría agudizar el sentimiento antieuropeo que ha alimentado el tirano del Kremlin. La implosión de Rusia dinamitaría el complejo sistema internacional de equilibrios y dejaría a Europa en una situación de incertidumbre e inseguridad.