JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

Bruselas disfruta del papel de dispensar fondos sin exigencias

No es esa conciencia de escasez de recursos y límites la que se aprecia en España si hablamos de las finanzas estatales. Escuchando a los miembros del Gobierno -sobre todo, a algunos- parece que hay dinero para todo y que los ingresos públicos procedentes de muy diversas fuentes van a seguir manando en abundancia. Eso sí que es dinero que parece caído del cielo y no los beneficios de las eléctricas. Con el Estado no va eso del pacto de rentas que exige moderación de salarios y beneficios, pero no de impuestos, ni de deuda, ni de déficit.

Confrontados con una recesión fulminante provocada por la pandemia, la Unión Europea adoptó dos decisiones acertadas y de gran valor estratégico. La primera, suspender el Pacto de Estabilidad porque era inevitable que los Estados incurrieran en mayor deuda y elevaran sus déficits. La segunda, recurrir al endeudamiento para dotar un fondo de recuperación de 750.000 millones de euros, entre transferencias y préstamos, que se librarían a los Estados en función del impacto económico que hubieran sufrido, una financiación orientada a la transformación de las economías europeas en el terreno digital, energético y medioambiental. Hasta ahí, todo bien. Es cierto, sin embargo, que la posición de las diferentes economías europeas cuando se desencadena la pandemia y cuando se sale de la recesión es muy diferente y, por eso, tanto el fondo de recuperación y los fondos de apoyo al empleo como la suspensión de las reglas fiscales en unos países tienen importancia muy relativa, mientras que en otros, como ocurre con España, representan una necesidad crítica, equivalente a un ‘rescate blando’ en el que se unen una ingente cantidad de dinero disponible con una condicionalidad muy benévola, sin hombres de negro a la vista.

La Comisión Europea, antes vituperada por austericida, disfruta ahora del gratificante papel de dispensadora de dinero sin impopulares exigencias, conformándose, por ejemplo, con que el Gobierno de Sánchez no estropee demasiado la reforma laboral del PP. El endeudamiento con la garantía del presupuesto de la Unión y a un coste muy bajo ofrece la ventaja de que ni Alemania ni los llamados ‘frugales’ se han tenido que rascar el bolsillo para financiar estos gastos extraordinarios. Ha sido la Unión, no ellos, la que ha conseguido el dinero.

Sin restricciones para la deuda y el déficit y con dinero abundante y barato en condiciones que en nada se parecen a los draconianos rescates que se vivieron en la crisis financiera, las penurias de la pandemia para el Gobierno han resultado más llevaderas. Pero -siempre hay un pero- la deuda es adictiva, la despreocupación por el déficit es de una comodidad tentadora y la gravedad de la crisis permite justificarlo casi todo.

Pero no todo es ‘escudo social’ y lo que ocurre es que junto a los recursos necesarios para enfrentar la recesión y la pandemia, el Gobierno no ha renunciado ni a un céntimo del gasto que responde a una simple motivación ideológica y electoralista, destinado a engrasar los chirriantes engranajes de la coalición con Podemos y muy útil para mejorar los datos de paro a base de un crecimiento injustificado del empleo público. Un reciente informe del Instituto de Estudios Fiscales concluye que se podría reducir el gasto público en 60.000 millones sin afectar ni a la dotación ni a la calidad de los servicios públicos.

Por supuesto que nada de esto está en el guion del Gobierno. Más bien lo contrario. De la pandemia hemos pasado a la guerra y llevamos meses de inflación descontrolada. El Pacto de Estabilidad va a seguir suspendido, se habla de nuevos fondos europeos y se van a relajar aún más las condiciones para el gasto de los fondos actuales, el Banco Central Europeo no mueve ficha confiando en que la inflación -que es lo que tiene que controlar- volverá al 2%, eso sí, «a medio plazo», y hablar de consolidación fiscal o de revisión de aquellos gastos que no tienen que ver con la protección social está fuera del debate. Dicho lo anterior, Marco-Gardoqui tiene razón: no da para todo. Y esa es una realidad aplazada a la que también despertaremos en algún momento.