La isla nublada

Ignacio Camacho-ABC

  • La bella utopía progresista no estaba diseñada para cuestiones prosaicas como la salud pública o la espiral inflacionaria

En la barataria energética e ideológica, el paraíso donde iba a florecer un ecofeminismo digital, sostenible, resiliente e igualitario, el cielo lleva dos años nublado. Cuando no llueven virus caen de punta los chuzos de la inflación y la deuda anega los hogares, las empresas y las arcas del Tesoro. El presidente está incómodo porque la gente desdeña su bella utopía progresista, se queda indiferente ante su don para caminar sobre las aguas y le obliga a hablar de cuestiones prosaicas como la cesta de la compra, el recibo de la luz o los carburantes en alza. Este Gobierno no estaba diseñado para ocuparse de asuntos serios, las cosas de vivir y de comer, la salud pública, la economía cotidiana, los costes domésticos. Por eso durante la pandemia le costaba tanto hacer el recuento de muertos y fingía una épica de andar literalmente por casa en las homilías dominicales del confinamiento. Redondo había convencido a su jefe de que el voto se mueve por las emociones y los sentimientos de pertenencia identitaria pero ahora la realidad se está tomando un desquite poético para demostrar que en las democracias asentadas los debates de interés verdadero no giran sobre momias de dictadores sino sobre la libertad de movimientos, las mascarillas, el paro o los impuestos. A Sánchez debió de resultarle muy duro asimilar que Ayuso le diese un soberano revolcón a base de mantener abiertos los bares, las industrias y los comercios.

Aún confía, sin embargo, en las derramas de subvenciones clientelares pero hasta para eso necesita mecanismos administrativos eficaces. Y como sucedió durante los estados de alarma, los ciudadanos saben que la maquinaria burocrática gubernamental carece de procedimientos ágiles y que buena parte de las medidas anunciadas con gran aspaviento propagandístico de los trompeteros presidenciales acaban atascándose en un fárrago de trámites. Todo sería más fácil si el Ejecutivo se desprendiera de sus prejuicios fiscales para aliviar la presión tributaria e inyectar en los bolsillos de los contribuyentes dinero contante. No hay caso porque ese planteamiento implica reducir el gasto. En su lugar está preparando otro período de emergencia con los recursos racionados; el decreto anticrisis contempla un riesgo de desabastecimiento que obligue a limitar las compras de productos de consumo diario. Con la inflación rozando los dos dígitos, una medida de ese rango puede desatar oleadas de pánico y un efecto de profecía autocumplida que vacíe los estantes de los supermercados. Pero no hay de qué preocuparse: estamos en buenas manos y sólo la desleal derecha es capaz de negar su respaldo al mejor líder posible en un momento tan aciago. Ayer sonó en el Congreso una frase familiar en los últimos tiempos: ‘doblegar la curva’ del encarecimiento. Sólo faltó Fernando Simón para anunciar que los precios subirán como mucho uno o dos céntimos.