- Ahora los niños de la guardería que aseguran gobernarnos, están tan convencidos de manejarse en el laberinto, que la flagelada humanidad ucraniana les resulta distante y sobre todo ajena
Habló Zelenski desde la pantalla grande y descubrimos que lo nuestro no era una guerra sino una guardería. Un ministro de Podemos, que por más que se entrena no logra sobrepasar los rudimentos del lenguaje, aplaudió al ucraniano, pero poco y sin ganas, porque allí no se vive una democracia plena. Le secundó un secretario de Estado que nadie sabe muy bien a qué se dedica pero que cobra como funcionario de la Alta Administración. Dos secuaces de la CUP aprovecharon la oportunidad que les daban las alcachofas en la boca para decir algo que no logré entender pero que se resumía en su falta de sintonía con el protagonista. Un diputado de Izquierda Unida por Andalucía, al que no había visto en mi vida, se rio mucho mientras confesaba que no, que él no estaba allí para hacer lo que todos, condenar una invasión.
Un arrogante experto en caballos, como su padre, y que dirige una falange celtíbera con nombre latino, reprochó la referencia a Guernica porque lo suyo hubiera sido mentar Paracuellos, por más que él no tenga ni idea de lo uno ni de lo otro, pero de relinchos sabe lo suyo; a las caballerías dedicó su vida antes de descubrir que la política también hace referencia al ganado.
Cerró la sesión de guardería el presidente Sánchez porque le petó y para eso es el primero de la clase, no como en esos parlamentos europeos donde todos parecen iguales. En un parvulario español siempre hay clases. Lo dejó bien claro la jefa de sala, Meritxell Batet, pronunciando una frase de bienvenida en ucraniano, se supone, porque nadie podía constatarlo y a Zelenski le importaba una higa ya que él venía a otra cosa y no a visitar un jardín de infancia. Para que todos y todas, cada cual con su simplicidad a cuestas, no se equivocaran de idea y sintieran en sus sexos más explícitos que estaban impotentes al deseo, aprovecharon los aprendices de científicos para pintarrajear las paredes del edificio y hacerse notar y que les tuvieran en cuenta a la hora presupuestaria. Lo de menos es el momento y la forma, pero como todos ejercemos de niños empoderados quién te va a quitar tu derecho al pataleo.
Si alguien no se ha sentido avergonzado ante la improvisada romería infantil del Congreso de Diputados ante un Zelenski, visiblemente agobiado por una invasión arrasadora, es que está vacunado frente al más letal de los virus: la estupidez criminal
Si alguien no se ha sentido avergonzado ante la improvisada romería infantil del Congreso de Diputados ante un Zelenski, visiblemente agobiado por una invasión arrasadora, es que está vacunado frente al más letal de los virus: la estupidez criminal. ¡Manda cojones que yo tenga que señalar la obviedad de las palabras de Cuca Gamarra! Después de lo de Bucha, el recordatorio de Guernica es el más brutalmente exacto. Ni la complicidad de los blanqueadores ni la desvergüenza de la manipulación. Guernica en día de mercado y gracias a un periodista anglosajón que rompió el silencio, constituyó un símbolo de una guerra de exterminio: que no quede nada en pie, ni personas ni cosas ni edificios ni santuarios. Paracuellos fue un crimen de Estado, ordenado y ejecutado por dos líderes responsables de los prisioneros enemigos, Santiago Carrillo y Serrano Poncela, el que luego habría que pechar el solito con el baldón de los asesinatos y que moriría en el exilio venezolano convertido en un notable escritor, destrozado por dentro y por fuera mientras Carrillo nadaba por la historia como si fuera un estanque para cisnes.
La guerra cultural que ahora enarbolan los misioneros de la verdad políticamente incorrecta tiene como mayor dificultad la de dibujar los frentes. Los contendientes que ayer estaban en un lado han saltado al contrario y corremos el peligro de acercarnos más al psicoanálisis que a la cultura. Sucede con la inteligencia de Vox -todos funcionarios en expectativa de destino- y los de Podemos -aspirantes en la cucaña del funcionariado-, y siempre dando por sentado que el PSOE, después de tantos años de ejercicio, tiene un apego hacia la inteligencia que en ocasiones se confunde con el paisaje, incluso cuando ejerce de autoridad que concede las sinecuras. Un vistazo a la carrera de José Félix Tezanos constituiría un modelo a destacar y no precisamente por su estelar trayectoria sino por su procacidad. ¿Alguien sería tan osado como para hablar así de cultura y menos aún de guerra? Demasiadas dosis de narcisismo se necesitan para considerar los Departamentos Universitarios como frentes de batalla.
Guernica en día de mercado y gracias a un periodista anglosajón que rompió el silencio, constituyó un símbolo de una guerra de exterminio: que no quede nada en pie, ni personas ni cosas ni edificios ni santuarios
Algo tendrían que decir, sin necesidad de cobrar por ello, personajes del elenco cultural. Sánchez Dragó, el eterno superviviente, o Hermann Tertsch, periodista cosmogónico que descubrió su mundo gracias a Francisco Eguiagaray, el que fuera corresponsal de TVE en el Moscú soviético, fundador de la XX Centuria de la Falange, hoy olvidadísimo pero figura trascendental en algunas biografías generacionales cuyo recorrido no es lugar este para dibujarles una semblanza. O la reciente adquisición de esa falange carpetovetónica, Gonzalo Santonja, al que de tantos visos y entrometimientos convierte la eventual “guerra cultural” en un laberinto para veteranos descreídos.
Quizá nuestras burbujas culturales y políticas tengan algo de laberintos y de guarderías, algo en apariencia incompatible. Incluso se ha perdido la pasión por hacer preguntas siendo conscientes de que no va a haber respuestas. ¿Dónde colocamos a esos guerreros omnipresentes de la batalla cultural? ¿En la derecha, en la izquierda o en el limbo? Quizá en el limbo, ahora que la Iglesia católica lo ha vaciado. Conozco a Sánchez Dragó antes de que el Conde de Motrico, José María de Areilza, la gran promesa de todos los tiempos que acabó en nada de nada, le considerara piedra angular de un pensamiento renovado con su inefable “Gargoris y Habidis”, disputado centón ansiado por editoriales de derecha e izquierda. ¿Qué podría decir de él que hiciera referencia a la guerra cultural “pendiente”, como la revolución falangista de Fernández Cuesta y Francisco Eguiagaray? Vaya lodazal si añadiera a Gabriel Albiac, a Josep Ramoneda, al inefable Cotarelo, García, y tantos otros, subsidiados siempre por alguna Administración del Estado, pero guerreros, quizá como los de terracota del emperador Qing.
La visita telemática del presidente Zelenski me ha traído a la memoria un viejo recuerdo que duró casi 40 años. Los que habían perdido en la guerra una mano, un brazo, una pierna, tenían la categoría de “Caballeros Mutilados”. Los que en esa misma guerra habían dejado algo, pero en el bando perdedor, se apodaban “jodidos mancos” o “putos cojos”. Ahora los niños de la guardería que aseguran gobernarnos, están tan convencidos de manejarse en el laberinto, que la flagelada humanidad ucraniana les resulta distante y sobre todo ajena.