RICARDO ARANA-EL CORREO

  • Lo peor no es la ausencia fehaciente de conocimiento de los hechos históricos, sino su falsificación y utilización espuria

Por necesidad histórica, por responsabilidad ante el pueblo vasco, que es magnífico, que tiene una magnífica cultura, que habla una de las lenguas más antiguas de Europa, que nunca fue vencido por los romanos, ni por los visigodos, ni por los árabes. Un pueblo muy distinto al de los españoles…».

El 12 de mayo de 1980 ETA asesinó a Ramón Baglietto Martínez, concejal de UCD en el Ayuntamiento de Azkoitia. Su automóvil fue ametrallado cuando regresaba a casa. Como consecuencia, Baglietto perdió el control del vehículo, que se estrelló contra un árbol. Los autores del atentado se acercaron y, al comprobar que seguía con vida, le remataron disparándole a bocajarro. Veinte años después, uno de ellos, a quien casualmente la víctima había salvado de ser atropellado cuando era niño, justificaba su crimen de esa manera al escritor suizo Erwin Koch.

Historia, cultura y lengua se entremezclan en el imaginario irredento que lleva a justificar la crueldad más abominable. Lo observamos hoy de nuevo en el brutal asalto a las puertas de la Unión Europea. «Para tener una mejor comprensión del presente y mirar hacia el futuro, debemos recurrir a la historia», apuntaba Vladímir Putin el 12 de julio del pasado año en un artículo difundido por el Kremlin cuando preparaba su invasión de Ucrania, argumentando la intervención en el carácter milenario de rusos, bielorrusos y ucranianos, constituidos como «un solo pueblo» unido por la lengua y la fe.

Inhabilitada en Europa, tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, la raza como elemento de cohesión y distinción nacional, la cultura (y en ocasiones también la religión como parte del hecho cultural), la lengua y la historia protagonizan los discursos nacionalistas. Discursos que, cuanto más excluyentes son, más historicistas se muestran.

Pocas fuerzas políticas y pocos lugares se libran de esta tendencia. El irredentismo no es privativo de Rusia ni de Putin. Aquí mismo, una gran mayoría puede que incluso sonría burlona al ver a los dirigentes de Vox comenzar sus campañas electorales encaramados en Covadonga arengando a una nueva reconquista. Sin embargo, buena parte atiende con fervor otros mitos nacionalistas como la incierta batalla de Padura (Arrigorriaga) o la algo más documentada de Orreaga (Roncesvalles). Tanto que incluso funciona una cuestación popular para erigir un monumento que ensalce a quienes apedrearon a las huestes de Carlomagno en su paso por el desfiladero.

Decía ante una multitud Slobodan Milošević, luego procesado por limpieza étnica y genocidio, en un discurso en el 650 aniversario de la batalla de Kosovo (y es que casi siempre son batallas), que «hoy en día es difícil decir qué es verdad histórica y qué es leyenda», pero que ello «ya no es importante». Y efectivamente no lo es si el objetivo del relato, en lugar de extraer una lección del pasado, es moldear el pensamiento colectivo.

Por eso, lo peor no es la ausencia de conocimiento fehaciente de los hechos históricos, sino su falsificación y utilización espuria. La historia retorcida y sacralizada que se supedita a la justificación de un proyecto totalitario. De ese escenario desaparecen los investigadores, arrinconados por agentes políticos o sustituidos por pretendidos divulgadores, como se ha podido comprobar recientemente en el polémico programa ‘Itxi liburuak’ emitido por ETB.

Como era de esperar, esta estrategia ha desplegado sus banderas con el quinto centenario de la batalla de Amaiur, caldeando el ambiente con distintos eventos, puzles recordatorios para niños y grandes, publicaciones y anuncios de todo tipo. Preparativos encaminados a un mismo objetivo: presentar la historia del pueblo vasco como víctima de una perpetua agresión colonial española.

Valga el ejemplo de Tolosa, villa guipuzcoana fundada por Alfonso X de Castilla en 1200, cuyo Ayuntamiento reclamaba ayuda al católico rey Fernando el 23 de noviembre de 1512 ante la llegada de un ejército compuesto por navarros, gascones, albaneses y lansquenetes alemanes capitaneado por el duque de Angulema, y cuyas gentes, junto con las de otras villas y pueblos de Gipuzkoa y Bizkaia, fueron decisivas para decantar la batalla de Noain a favor de Carlos I en 1521. En su conmemoración, el Consistorio decidió realizar toda una serie de actos de homenaje… a quienes habían amenazado la villa 500 años antes.

Y si la realidad histórica muestra que Amaiur fue un conflicto entre los intereses del momento de las coronas francesa y española, protagonizado especialmente por navarros (por cierto, con más navarros en el asalto que en la defensa del castillo), su alternativa es sencilla: cámbiese dicha historia.

Tal falta de rigor puede inducir a risa, pero no es venial. Pretende suministrar una lógica histórica (indubitablemente trágica) que legitime un presunto derecho a la secesión y justifique un deber de descastillanización, en lugar del impulso al bilingüismo y el autogobierno acordados. Y a fuer de repetirse y ampliarse, hay quien traga el cuento, hasta el fanatismo.