Nos jugamos tanto…

IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

En estos tiempos de fuerte presión inflacionista, el pacto de rentas se presenta como la gran necesidad del momento. Un momento ciertamente delicado. Si las empresas consiguen trasladar las alzas de costes a sus precios, y si los trabajadores consiguen incorporar a los convenios todas las subidas del IPC, tendremos una espiral inflacionista descontrolada que solo puede ennegrecer nuestro futuro. En las manifestaciones del Primero de Mayo, los sindicatos avisaron de que no están dispuestos a perder capacidad de compra y por eso exigen el traslado a los salarios de todos los aumentos del coste de la vida. Por su parte, ayer, la patronal mostró su posición, que me parece muy sensata. Estoy seguro de que no le sorprende mi calificativo. Me explico. En primer lugar porque deja un amplio margen de maniobra a las empresas individuales. Pretender, como siempre se pretende, decretar desde arriba una postura uniforme para todo el segmento empresarial, sin considerar su posición competitiva ni su sector de actividad ni su prestación de rentabilidad, es una postura tan cómoda como equivocada. La amplitud y la divergencia de situaciones hace imposible la aplicación de decisiones comunes y uniformes.

En segundo, porque insistir en la traslación inmediata y sin matices a los salarios de todo el aumento de los precios, conduce inexorablemente a pérdidas de posiciones competitivas. Un lujo que no nos podemos permitir en estos momentos, cuando llevamos acumuladas ya demasiadas pérdidas que lastran nuestra posición en los mercados internacionales. La demanda interior está detrás de las mejoras económicas obtenidas en los últimos meses, pero no podemos ni debemos confiar en que tal benévola circunstancia vaya a ser permanente en el tiempo.

El Gobierno ha pretendido algo tan conveniente como lograr un pacto de rentas que distribuya con justicia -o lo que quiera decir eso- los sacrificios que hay que acometer en estos tiempos de zozobra. Pero va a ser muy difícil que lo consiga. Hay demasiados intereses contrapuestos, demasiadas posturas irreductibles y demasiados enfrentamientos enquistados. Tampoco existe el necesario arrope social a una cuestión que debería interesar al conjunto de la sociedad, que está obligada a participar en el debate.

Nos jugamos mucho y no podemos mirar hacia otro lado, ni mostrar indiferencia ante las exigencias cruciales del momento. La postura empresarial es flexible y coherente, pero no hay garantías de que vaya a suscitar el entusiasmo de los sindicatos.