Javier Caraballo-El Confidencial
- Lo peor que podía sucederle es que su Gobierno acabara arrinconado y doblegado, a ojos de todo el mundo, y es lo que le ha sucedido
De mayo a mayo, ha pasado el peor año de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España. El 4 de mayo de 2021, el líder del PSOE sufrió su mayor derrota en unas elecciones, en la Comunidad de Madrid, con unos resultados “rotundamente malos”, como él mismo reconoció, frente a Isabel Díaz Ayuso, que le hizo hincar la rodilla con una victoria abrumadora. Un año después, el 2 de mayo de este 2022, que también es la festividad de la Comunidad de Madrid, su ministro de Presidencia, Félix Bolaños, convocó a las 9:30 de la mañana la rueda de prensa que ya representa, como un símbolo de caótica excentricidad, el inicio de la gran crisis del espionaje, que todavía no ha resuelto.
Suele decir Sánchez, en cada una de estas ocasiones, que él se crece ante las adversidades, como ha demostrado en varias ocasiones desde que es secretario general de los socialistas. Pero también de su predecesor en la Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero, se decía que tenía ‘baraka’, que es la expresión islámica que utilizó Felipe González para definirlo, como si estuviera protegido por los dioses. Y ya sabemos cómo acabó Zapatero en el PSOE; o, más bien, ya sabemos cómo Zapatero estuvo a punto de acabar con el Partido Socialista, cuando la ‘baraka’ se esfumó. De modo que, la cuestión ahora, otra vez en un mayo maldito para el presidente del Gobierno, es intentar calcular si Pedro Sánchez será capaz de taponar las grietas abiertas por la crisis del espionaje, que son múltiples, y llegar hasta las próximas elecciones generales, a finales de 2023, o si se verá abocado a disolver las Cortes mucho antes, como sugieren en la oposición, aunque esto último sea lo menos fiable del pronóstico político porque llevan cuatro años repitiéndolo. ¿Se habrá acabado la ‘baraka’ de Sánchez?
Tras las elecciones de Madrid del mes de mayo del año pasado, el presidente del Gobierno tardó, al menos, una semana en levantarse y tomar la palabra. Cuando lo hizo, reconoció la severidad de la derrota, empaquetó al candidato Gabilondo para mandarlo a la Oficina del Defensor del Pueblo y remodeló por completo su Gobierno para afrontar una nueva etapa, la que iba a conducirlo hasta el final de la legislatura. Su previsión de entonces es la que, en estos momentos, tiene mucho valor documental porque esa declaración es la que mejor representa cómo se le han torcido los planes. Dijo Sánchez entonces: “El Gobierno de España está en lo importante: quedan 32 meses para las elecciones generales y lo que queremos es superar esta pandemia, que la gente vuelva a recuperar su vida, propiciar una recuperación justa y que gestionemos con eficacia los fondos europeos, que van a ser los que van a permitir no solamente esa recuperación sino también la transformación de la economía española durante los próximos seis años”.
De todo lo anterior, la superación de la pandemia, a pesar de las dudas que todavía alberguemos, es la única parte del plan que se ha cumplido. Todo lo demás se ha malogrado, se ha chafado. La crisis energética, primero, y la crisis por la guerra de Ucrania, después, han cambiado el entorno español y europeo. La prosperidad esperada se ha transformado en un periodo excepcional de carestía y de incertidumbre, como una inundación que alcanza todos los niveles, los hogares, las empresas, las instituciones…
Nadie es capaz de vaticinar hoy cuándo se podrá retomar esa senda de “seis años de profunda transformación de la economía española”. Sobre todo, como acabamos de comprobar, si se añaden problemas nacionales al crítico entorno económico y político que nos viene impuesto del exterior. El enfrentamiento interno del Gobierno, la reactivación del independentismo, el descontrol de la agenda política y el descrédito institucional, que son cuatro hachazos simultáneos, es lo único que faltaba para completar los malos augurios internacionales. En vez de aportar estabilidad y firmeza, el presidente Sánchez añade inseguridad, debilidad y desconfianza. Cuando el independentismo catalán comenzó a acosarlo con el espionaje, el presidente Pedro Sánchez tendría que haber previsto una salida y anulado la ofensiva con la información de la que ya disponía desde hace mucho tiempo.
Lo peor que podía sucederle es que su Gobierno acabara arrinconado y doblegado, a ojos de todo el mundo, y es lo que le ha sucedido. Los graves errores de Sánchez no han estado en el espionaje, ni siquiera en el que le ha afectado a él, como a otros muchos presidentes y gobiernos, sino en la pésima gestión de la crisis. Otra vez más, como se señalaba aquí, el independentismo ha vuelto a hacerse con el control del relato sobre lo sucedido, una versión distorsionada y manipulada nuevamente, y el presidente del Gobierno, en vez de denunciarlo, ha blanqueado su falsedad y ha desacreditado ante todo el mundo al Ministerio de Defensa español y al Centro Nacional de Inteligencia, a un mes y medio de que se celebre en Madrid (los días 29 y 30 de junio) la cumbre de la OTAN. De los 32 meses que, en mayo pasado, pensaba el presidente Sánchez que le quedaban para recomponer y enderezar la legislatura gracias a la superación de la pandemia y a la llegada masiva de fondos europeos, ya se han consumido 12.
Aún le resta una cita europea más que Pedro Sánchez debe considerar fundamental para la recuperación de su crédito político, la presidencia de la Unión Europea del año próximo, seis meses a partir de julio que, en los planes de la Moncloa, deberían conducir a unas nuevas elecciones generales, en el mes de diciembre de 2023. El propio Gobierno de España tiene instalada una cuenta atrás de la presidencia de la UE en una página web que, ahora, al contemplarla, en estos días de tanta debilidad demostrada, produce una sensación de angustia, porque la fecha avanza lenta, cadenciosa, como si cada segundo fuera el peldaño de una enorme escalera. ¿Habrá otro mayo maldito? El año que viene, en ese mes, son las elecciones municipales y autonómicas…