MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Siempre se puede estar peor, pero cada día nos mostramos más infantilizados y con menor personalidad. El psiquiatra Bouchoux ha afirmado que negar la existencia de conflictos es una de las mayores fuentes de violencia invisible. Y los políticos niegan todo lo que no les conviene, con absoluto cinismo. Es tremendo no poder contar con ellos, en quienes predomina la mala fe, el empleo de malas artes, la falta de respeto a la realidad, la voluntad de engañar y confundir. Una labor para la que se precisan cómplices que estén a punto.

En la escuela y en la sociedad, los acosadores y manipuladores necesitan del visto bueno y de la vista gorda de la gente que, puerilizada, se convierte en agente necesario para sostener la insidia. De este modo, crecen la desconfianza y la inseguridad, y se cierra el paso a la promoción de personas sanas, animosas, alegres y con sentido de la verdad y la justicia, que es el verdadero objetivo de la educación.

Para vivir con holgura y sin miedo, hay que poder opinar y discrepar razonadamente; y hace falta capacidad de expresión. Opinar es elegir lo mejor que se sabe. Es aceptable modular un tono, en función de quien te oiga o lea, pero no decir lo contrario de lo que piensas. Julián Marías daba la buena fórmula: «Yo no digo todo lo que pienso, pero todo lo que digo lo pienso».

Hay que saber decir no, aunque te vayan a escarnecer. Días atrás, Pedro Sánchez recurrió a la rechifla para no entrar en los argumentos de Edmundo Bal. Se burló de su fracaso en las últimas elecciones autonómicas, y Yolanda Díaz sonrió satisfecha.

Los poderosos tienen fácil ensañarse con el débil que no calla, para que escarmiente.