Un grupo de dirigentes y militantes de la izquierda vasca -procedentes de Ezker Batua y PSE, entre otros partidos- han dado a conocer recientemente un escrito en el que proponen una confluencia de la izquierda ‘del país’ en torno a EH Bildu. En el documento señalan que la izquierda nació para poner en «el centro de la vida social al ser humano y no al capital».

En coherencia con esta aseveración, estaría bien que quienes propugnan esa extraña marcha hacia EH Bildu explicaran qué seres humanos caben en esa vida social, habida cuenta de todos aquellos que no cabían en la vida a secas del país hace no tanto. También requiere alguna explicación la invocación al capital, cuando el criterio territorial difumina las diferencias de clase, de modo que incluye a los capitalistas vascos mientras que se desentiende de la suerte de los trabajadores españoles de otros territorios.

Más que progresismo, estaríamos ante lo que Christophe Guilluy denomina «secesión de los ricos», en la que la máscara soberanista sirve para «un proceso de secesión social y cultural que aspira a desmantelar las solidaridades sociales». En los términos de Arnaldo Otegi, coordinador de EH Bildu, se trata de «construir un modelo vasco de solución para nuestros viejos y nuevos problemas», así como de «fortalecer nuestra identidad comunitaria y desarrollar nuestro propio sistema de seguridad colectiva (…) con instituciones soberanas que den cauce a un empoderamiento colectivo que nos permita superar la actual dependencia estructural» (‘El Diario Vasco’, 24-5-22). La tradición política asocia progresista con lo común, no con lo propio.

Sería conveniente que sus firmantes explicaran qué tiene de progresista y anticapitalista esa izquierda de país, cuando se trata de una comunidad que figura a la cabeza de España en cuanto a riqueza, bienestar y nivel de vida general. Y esto es así por un determinado desarrollo histórico que incluye el aprovechamiento de la descapitalización humana y económica de esas mismas regiones con cuyos habitantes hoy estos miembros de la izquierda vasca no quieren compartir ciudadanía, seguramente porque no son tan progresistas como ellos y como la mayoría social vasca que vota nacionalista. Por alguna extraña razón, en esta tierra lo progresista consiste en formar parte de un pueblo milenario, que resiste imperturbable el paso de los siglos, manteniendo de forma perpetua una indomable resistencia a la opresión.

Cuesta encontrar las razones que mueven a gente de izquierdas a unirse al nacionalismo radical como mejor opción en este mundo convulso e inquietante, pero aún cuesta más comprobar cómo se adhieren a la cultura de la cancelación para borrar con la esponja del olvido un pasado cuya sombra se extiende sobre la izquierda del país. La voluntad de justicia, memoria y reparación para las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura, objetivo irrenunciable para quien se identifique no ya con la izquierda, sino simplemente con la democracia y la civilidad, muta en olvido, manto de silencio -y ‘presoak kalera’- para las víctimas más cercanas y más recientes, porque el ‘conflicto’ ha sido duro y la autoatribución de la condición de víctimas es condición indispensable para ganar el relato; de eso se trata, de «imaginar el pasado y recordar el futuro», como escribió un conocido historiador.

Es ciertamente contradictorio que quienes sustentan su existencia política en un pasado que se remonta a voluntad del emisor -desde la Prehistoria hasta Amaiur, pasando siempre por Gernika- hagan abstracción de un pasado violento reciente que ha dejado huellas en pueblos y ciudades de ese país de pertenencia al que invocan. El maltrato al lenguaje para deformar la realidad no puede conducir a ninguna política sana, con independencia del color ideológico. No otra cosa pretende la neolengua acuñada por EH Bildu y el nacionalismo radical, empeñado en aludir a ‘todas las violencias’ para ignorar la que ha manchado las calles, los cuerpos y las mentes del país, en la que ejecutores, chivatos, instigadores, señaladores, encubridores, justificadores, enaltecedores… -con el imprescindible apoyo popular que va desde el voto hasta las canciones en las fiestas- formaron un continuo. No cabe adjudicar responsabilidades por igual, pero sí insistir en la necesidad de una revisión para hacer frente a ese pasado de ignominia, porque «mientras sigamos sin estar, las generaciones siguientes no estarán» (Lourdes Oñederra) y las heridas no cicatrizarán.

No ayuda a ello que cierta izquierda mire con arrobo a quienes estuvieron a la cabeza de la justificación del crimen y no han impugnado aquel pasado violento. Quienes aspiran a poner fronteras a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad simplemente no tienen ningún interés en ellas. Podrán ser de este país, pero es muy discutible que sean progresistas, a menos que el contenido del izquierdismo autoproclamado remita a una definición persuasiva y autorreferencial.