César Cervera-ABC
- Autor de más de setenta libros, varios de ellos novelas, este escritor fue un destacado representante de una nueva historiografía abierta a todos los públicos y alejada de las apolillados salones académicos
Era un enamorado de España que se pasó la vida escribiendo, cantando y hasta llorando su amor a los cuatro vientos. Un hombre vitalista que dio el salto del mundo académico a otra manera de hacer historia justo cuando más lo necesitaba la sociedad española. Un jesuita que recorrió España impartiendo misa y casando a cientos de parejas por todos los paisajes posibles. Una voz valiente contra la barbarie etarra. Fernando García de Cortázar, el historiador y escritor todoterreno que abogaba por reconciliar a los españoles con su pasado, falleció ayer a los 79 años tras una vida dedicada a la fe católica, la investigación histórica y el amor a la cultura..
«La noticia nos ha impactado porque los que fuimos sus amigos siempre vimos en él al mejor ejemplo del vitalismo bilbaíno de aquellos hombres que nunca pueden morirse», recuerda Ricardo García Cárcel, amigo y compañero, aún afectado por un fallecimiento inesperado tras ser ingresado hace solo tres días en la Clínica de la Luz, en Madrid, por una peritonitis.
Nacido en Bilbao el 4 de septiembre de 1942 y hermano del también historiador José Ángel García de Cortázar, este coloso de las palabras sintió muy pronto la llamada de la Compañía de Jesús, vocación que aunó a la perfección con sus amplios estudios. Era licenciado en Filosofía y en Derecho, doctor en Historia Moderna y Contemporánea y en Teología. Se reconocía el bilbaíno en público y en privado como discípulo de Miguel Artola, otro de los grandes historiadores españoles del siglo XX. El que fuera catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto y director de la Fundación Vocento se ganó el profundo respeto en los círculos académicos, con más de 60 tesis doctorales y unas obras centradas, sobre todo, en la historia de la Iglesia española y el País Vasco, pero todo eso no fue suficiente para su carácter intrépido. En los años noventa, comprendió la necesidad que tenía la sociedad de consumir una historia para todos los públicos. «Tenía todos los honores como, digamos, historiador académico, pero luego tuvo un giro, que compartió conmigo, hacia un público masivo que hizo saltar por los aires la manera de contar la historia. Este cambio personal coincidió, además, con una transformación de la sociedad española. Fue un gran dinamizador de ese cambio», explica Ricardo Artola, amigo, editor e hijo de su maestro Miguel Artola.
Superventas de la historia
El bilbaíno fue el primero, antes del tsunami de obras sobre el pasado español que inundan hoy las librerías, en convertir los episodios históricos en libros superventas. Nadie encontró mejores palabras para vencer el discurso de la decadencia y el pesimismo que primaba en una historiografía dominada por los apolillados salones académicos. Todo ello sin necesidad de traicionar el rigor histórico y usando su formación humanística para iluminar el mundo de ayer.
García de Cortázar atrajo a toda una generación de españoles hacia el lado luminoso de la historia con obras sobre sus mitos, sus perdedores, el arte, la literatura y la nación en todos sus registros. «Nunca se rindió y ha escrito desde libros juveniles a novelas históricas, porque sabía que se leían más que los ensayos. Como divulgador científico de la historia, es insustituible», destaca Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia. En total, escribió más de setenta libros (con traducciones a doce lenguas) y fue responsable de varias producciones televisivas, como ‘España en Guerra’ o ‘La Guerra Civil en el País Vasco’. En 2008, ganó el premio Nacional de Historia por su ‘Historia de España desde el arte’ (Planeta), una carta de amor al patrimonio.
No obstante, a la cabeza de sus éxitos se sitúa el libro ‘Breve Historia de España’ (Alianza editorial), publicado originalmente por Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga en 1993, que en treinta años ha vivido un sinfín de reediciones, la más reciente este mismo año. Con motivo de esta publicación, el sacerdote e historiador alertaba hace pocos días en las páginas de ABC que «el independentismo nunca habría alcanzado sus niveles de seducción si España hubiera sido sentida y vivida por los ciudadanos con una intensidad emocional y racional capaz de enfrentarse a la ofensiva separatista, desde una posición de superioridad intelectual, mayor eficacia política y contundentes argumentos».
Otra de las originalidades de este académico correspondiente de la Real Academia de la Historia fue precisamente la forma en la que hablaba del pasado sin olvidarse de sus ecos en el presente, lo cual se dejó intuir en sus multitudinarias participaciones en prensa, pero, sobre todo, en su actitud valiente frente al terrorismo etarra. «Fue de los primerísimos en levantar la voz y salir a manifestar cuando otros, que luego han sido muy conspicuos por esa misma faceta, todavía no se habían caído del caballo camino de Damasco», destaca Artola. Esta valentía le ganó amenazas por parte de la banda terrorista y el estar mirando durante años los bajos de su coche y controlando el lugar donde se sentaba en la mesa con los amigos.
«Fue el hombre que más luchó a lo largo del último medio siglo por la batalla cultural en favor de España, de su historia. Una batalla contra el adanismo, la mitificación de la historia y la tendencia cada vez más extendida de que España fue un invento de Franco», recuerda García Cárcel, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, que gustaba llamar a su amigo «Fernando I, el Batallador», acordándose del famoso rey aragonés.
El tema que más le obsesionaba en los últimos años a este catedrático que impartió clases de Tokio a México era recuperar una historia sentimental del país y reivindicar un patriotismo cultural donde, indiferentemente de la ideología, tuvieran acogida todos los españoles. «Ese es nuestro drama, que muchos siguen leyendo nuestra historia desde la óptica de la decadencia o, peor aún, desde la identificación de España con el franquismo, tan dramática, tan presente en la izquierda de nuestros días», afirmó en su última entrevista.
Enamorado de España
A Fernando García de Cortázar no le gustaban ni las dos Españas, ni el ‘Spain is different’, ni la Castilla atrasada, ni los tópicos de siempre. Así lo reflejó en uno de sus últimos libros, ‘Viaje al corazón de España’ (Arzalia ediciones), un homenaje de casi mil páginas a sus padres, que le inculcaron el amor por explorar las tierras españolas y a entender el país desde un plano racional y, no menos importante, desde lo emocional.
Sus amigos coinciden en el poco apego que tenía hacia las cuestiones materiales frente a las espirituales, innegociables para el sacerdote. «Fue la antítesis de la frivolidad, combatiendo por encima de todo la fácil tentación de la banalidad o la indiferencia. Asumió el compromiso como eje de su vida, el compromiso religioso por su condición de jesuita, militante ignaciano, diría que del primer Ignacio de Loyola», considera García Cárcel. De ese compromiso religioso dejó múltiples muestras en obras como ‘Catolicismo en tiempos de confusión’ o en sus artículos en Alfa y Omega, que le valieron el premio Bravo de la Conferencia Episcopal Español.
En sus incursiones en la ficción, escribió dos obras, ‘Tu rostro con la marea’ (con la que ganó el premio Alfonso X el Sabio) y ‘Alguien heló tus labios’, donde se adentró en el tiempo de los Austrias. Enamorado hasta la médula de España, le daba igual proclamarlo en poesía, ensayo o incluso novela.