FERNANDO ARAMBURU-EL PAÍS

  • El asesinato del concejal del PP desató una ola de coraje colectivo como no se había visto hasta entonces, razón de sobra para que sea percibido como un punto de inflexión en la larga historia de horror y sangre

El 25 es un número que se presta a las conmemoraciones. Mañana, día 13, se cumplirá tal cantidad de años desde el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, joven concejal del Partido Popular en Ermua. He leído por ahí que a los adolescentes de ahora este nombre no les dice gran cosa. Quizá, excepcionalmente, a algunos les hayan contado algo en casa o, dependiendo tal vez de la comunidad autónoma, en el colegio. Si hasta las grandes catástrofes acaban olvidadas, ¿a qué duración en la memoria compartida puede aspirar la tragedia de un solo hombre?

Hay un componente de índole fisiológica en la consumación del olvido. La edad y los trastornos neurológicos dañan los cerebros. Las tumbas acogen a diario, a lo largo y ancho del planeta, cantidades ingentes de memoria anulada por la muerte. En el caso de Miguel Ángel Blanco resulta inevitable considerar la connotación política. De ahí que ciertas voluntades maniobren para que el incómodo recuerdo no se produzca o sea lo más tenue posible. Es lo habitual cuando los hechos evocados arrojan una sombra de publicidad desfavorable sobre las convicciones en nombre de las cuales se cometieron los susodichos hechos y otros similares con intervención de la crueldad y las armas.

Al crimen que acabó con la vida de Miguel Ángel Blanco se le ha atribuido relevancia simbólica. Afirman algunos que señala un antes y un después en la resistencia civil contra ETA. Ciertos factores coadyuvan a afianzar este parecer, más que nada porque los testimonios prueban que el asesinato de Miguel Ángel Blanco desató una ola de coraje colectivo como no se había visto hasta entonces, razón de sobra para que sea percibido como un punto de inflexión en la larga historia de horror y sangre. 29 años tenía el chaval cuando su asesino le disparó dos tiros a bocajarro. Va en estas líneas un pequeño homenaje a la víctima.