El estigma de Caín

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La normalización política del posterrorismo es imposible mientras dirija Bildu un grupo de etarras en comisión de servicio

Cada vez que los acercamientos de Sánchez a Bildu o a su entorno provocan una polémica me preguntas qué y cuánto tiempo tiene que pasar para que la democracia normalice a los herederos de ETA. A ti tampoco te gustan un pelo esos pactos, que repugnan tu conciencia aunque te cueste desalinearte de los argumentos de una izquierda a la que te sientes vinculado por sentimientos y por ideas. Esta vez podría sugerirte que preguntes a esos socialistas de la Transición, a Borbolla, a Rojo, a Bofill, a Laborda, a Clotas, a Guerra, a los que han firmado el manifiesto contra la ley que cuestiona el pacto constitucional de convivencia, pero te voy a contestar por mi cuenta. Respecto al qué, lo sabes de sobra, es preciso, imperativo, que al menos se atrevan a condenar de verdad, sin casuismos ni elipsis, los atentados y toda la estrategia de la violencia. La petición de perdón ni siquiera hace falta, fíjate, porque no se lo vamos a otorgar de ninguna manera. Y respecto al cuándo, admitiendo que se pueden debatir respuestas diversas, la mía es que ha de transcurrir una generación completa.

Te parece maximalista, ya lo sé. Pero no tiene sentido que aún consideremos abiertas las heridas de una guerra de hace ochenta años y pretendamos cerrar ya las de un ayer tan cercano. El sufrimiento de las víctimas no ha cicatrizado ni puede hacerlo a corto plazo, sobre todo si ven cómo unos acuerdos de política espuria intentan tergiversar el relato. Esto en el plano general, en el abstracto. En el concreto, es imposible que los autores y los cómplices activos o pasivos de los asesinatos, los que los tramaron, los cometieron o los jalearon, los que profanaron tumbas y empujaron al exilio a miles de conciudadanos, incluso los que guardaron un silencio culpable, se incorporen sin más al juego democrático. Me dices, y es cierto, que la justicia los ha legalizado. Pero esos tipos, los Otegi, Aizpurúa, Beloki, Pla, están en las instituciones con un pasaporte moral falso. Son etarras en comisión de servicio, sin arrepentimiento ni escrúpulo, con un único mandato: poner en libertad a los presos y continuar el proyecto de asalto al poder vasco. Cerrados en su hosquedad totalitaria, incapaces de soltar su lastre biográfico, quieren obtener por haber dejado de matar el premio que no obtuvieron matando.

Si fueran sólo ellos, bastaría con que sus correligionarios los apartaran. Pero es que van justo en dirección contraria: en la nueva cúpula de Sortu están varios terroristas de la última etapa. Dime tú si esa declaración de principios inspira confianza. Y sus sectores sociales de respaldo insisten en los ‘ongi etorris’ y demás glorificaciones de la banda. No, querido amigo, son ellos los que tienen que cambiar y no cambian. Y es menester que sepan que ninguna comunidad civilizada los admitirá mientras lleven, y encima con orgullo, el estigma de Caín en la cara.