El triunfo de la sensatez

IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

El resultado de la votación celebrada en la compañía Mercedes de Vitoria ha resultado favorable a la firma del acuerdo logrado entre la empresa y los sindicatos no nacionalistas. Y ha sido recibido con alivio por la mayoría de la plantilla, por sus proveedores, por las instituciones implicadas y por el conjunto de la sociedad. Mercedes es la primera industria del País Vasco, emplea a 5.000 personas y da trabajo a otras 30.000 a través de las compras que realiza en el entorno. El acuerdo logrado y ratificado por la plantilla constituye una especie de mini pacto de rentas. La empresa se compromete a realizar una inversión de nada menos que 1.200 millones de euros que servirán para poder fabricar allí el nuevo modelo de furgoneta eléctrica que garantiza (en la medida que eso se puede garantizar) trabajo para dos décadas; y a realizar una serie de mejoras en el salario -por debajo del crecimiento de los precios- y en las condiciones laborales. La plantilla consiente en esa pérdida parcial de capacidad de compra y acepta los cambios exigidos en la regulación del trabajo.

El acuerdo no ha sido fácil de alcanzar. Primero, por el tamaño de la empresa y el elevado número de trabajadores. Luego, por la propia complejidad de una fábrica con sistemas complejos que han de adaptarse a coyunturas -es decir, a la llegada de pedidos- caprichosas y volubles. Y en tercer lugar, porque una multinacional de estas características dispone siempre de alternativas en otros lugares, lo que permite hacer comparaciones de costes y productividades. Si ha aceptado el acuerdo es porque las cesiones realizadas quedan compensadas con los beneficios obtenidos. Por su parte, los trabajadores han preferido perder algo hoy para garantizar el trabajo de mañana. Máxime cuando las alternativas son escasas para los individuos y nulas para el colectivo.

Como sucede en la mayoría de los acuerdos que se negocian en el País Vasco, este también ha tenido la oposición de grandes fuerzas que han remado a la contra y no han dudado en forzar, presionar e, incluso, amedrentar a una plantilla que en la reserva del voto ha mostrado, en libertad, un comportamiento muy diferente al de las huelgas planteadas, con merma de ella, por los sindicatos nacionalistas. Es curioso que quienes más se llenan la boca de palabras en defensa del país sean quienes más empeño ponen en arruinarlo. Sindicatos que ponen la confrontación en la cúspide de su actuación y que están convencidos de que se puede construir un país con ese lema tan suicida de ‘cuanto peor, mejor’. Una derrota más del maximalismo destructor y una nueva victoria del sentido común y de la sensatez. Enhorabuena a quienes lo han propiciado y a quienes van a beneficiarse de ello. Que, en definitiva, somos todos.