De la fractura directa, buscada y predicada desde la oposición por el fundador Sabino Arana Goiri, hemos pasado tras un siglo de ambigüedades, equívocos y contradicciones, a la fractura directa, buscada y predicada desde el poder por el Plan Ibarreche, síntesis de la doctrina del segundo Arana, de los restos del Estatuto de Guernica y del programa de ETA-Batasuna.
La respuesta del Gobierno autonómico vasco al doble recurso del Gobierno foral navarro ante los tribunales contra el Plan Ibarreche ha sido la de acusarnos, una vez más, de querer continuar �con una política de crispación, confrontación y división�.
Es la monserga de siempre. La monserga, insulto siempre repetido, no sólo de los independentistas vascos sino de todos los que, por una causa u otra, están más cerca de la causa del nacionalismo independentista. Hace poco más de un mes, invitado por el alcalde de San Sebastián, junto con Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que cantó de nuevo las glorias del Plan Ibarreche, Santiago Carrillo elogió la Constitución, que para eso era la fiesta, pero como buen comunista mal arrepentido acabó acusando a �la derecha� de todos los males, y al actual Gobierno de España, y no al de Euskadi, de buscar �la confrontación y la fractura�. Claro que por algo le invitó el señor Elorza.
¿De dónde vienen fractura y confrontación?
Veamos el origen de esa confrontación y de esa fractura. El ex carlista vizcaíno Sabino Arana Goiri, de cuya muerte acaba de cumplirse el primer centenario, siguió las huellas del visionario francés Chao, y de los éuskaros y euskalerríacos más intransigentes, y a todos los superó en la ignorancia de la propia historia, en el fanatismo de sus convicciones, en el odio a España y en el complejo de inferioridad ante ella. Arana predicó a todas horas, y casi siempre en castellano, la fractura entre lo que él llamó Euzkadi y el resto de España, hasta la separación total. Al final de su corta vida, escarmentado y quizás amaestrado por la realidad, pareció arrepentirse, al fundar la �Liga de Vascos Españolista�. Pero sus seguidores, aunque algo menos fanáticos que él, ocultaron ese probable arrepentimiento a la vez que llevaron a cabo una política mucho más posibilista en su relación con la política española.
Ya el mismo Sabino en vida, luego la Comunión Nacionalista Vasca y después el Partido Nacionalista Vasco, colaboraron y pactaron unas veces con los católicos vascos, otras con sus viejos enemigos los carlistas, con los integristas, con los monárquicos alfonsinos, con los republicanos, y hasta con los odiados socialistas y comunistas. Uno de sus hombres llegó a ser, en plena guerra civil, �ministro de la Segunda República Española�, pese a su sectaria Constitución, de cuya aprobación en Cortes estuvieron ausentes.
Después de su derrota vergonzante en la guerra civil de 1936-1937, el exilio volvió a relacionar al partido nacionalista con sus compañeros �españoles� de derrota política; volvieron a ocupar puestos en Gobiernos españoles fantasma; presidieron el Consejo Español del Movimiento Europeo, etc.
Una nueva etapa con ETA
La nueva Democracia española de 1977 y la nueva Constitución de 1978 les tendió manos y posibilidades, y el Estatuto de 1979, nacido de esa Constitución, les abrió la vía hacia el autogobierno de su Comunidad Autónoma con tales competencias y poderes, dentro de España, como nunca habían pensado. Como ellos siguieron sosteniendo que sus derechos venían �de la historia� y no de ninguna ley española ni del pueblo español en su conjunto, pidieron lo imposible para justificar así su abstención a la hora de votar el texto constitucional. Pero, como de costumbre, siempre inocentes y siempre víctimas, se quedaron con todos los derechos y las menos obligaciones posibles, fortaleciendo y ensanchando el autogobierno, sin prisa pero sin pausa.
Si UCD y el PSOE se comportaron no sólo bien sino ingenuamente demasiado bien, el PP de Aznar llegó a concederles en trece meses, al decir del presidente peneuvista Arzallus, lo que el PSOE -con el que gobernaron Euskadi durante una década larga- no les había concedido en trece años de Gobierno: el nuevo Concierto y los impuestos especiales, entre otras bicocas. Y todo eso, a pesar que desde 1979 las mochadas contra sus �amigos� españoles fueron innumerables.
Pero existía, en esta etapa de su historia, la banda armada ETA, nacionalista vasca independentista y leninista, surgida a comienzos de los sesenta, que ha sido de hecho el mejor aliado del PNV, su vanguardia y retaguardia política independentista, unas veces con matanzas, estragos, extorsiones y amenazas; otras con pactos mutuos, como el de 1998; otras en fin con tregua-trampa-chantaje. como la de ese año y la que ahora se prepara, si es que para entonces la banda, batida en todos los frentes por los Estados español y francés, sigue existiendo. Sin ETA la historia del PNV, desde los últimos setenta, es ininteligible.
Sólo cuando el PNV ha visto a ETA cercana a las boqueadas, ha comprobado el descenso del voto nacionalista y ha dado por cierto que por fin tanto el gobierno español -¡de ahí que toda la culpa la tenga ahora… Aznar!- como la inmensa mayoría de españoles trazaban la raya del �¡Basta ya!�, es cuando ha desbordado los límites constitucionales y democráticos; ha vuelto al segundo Arana Goiri, y ha llegado a la ruptura semidefinitiva, que no es definitiva por temor a quedarse a la intemperie, fuera de la Unión Europa, y al mismo tiempo por temor a que su propio electorado, que no es mayoritariamente independentista, no lo siga en su desvarío.
La fractura desde el poder
Si el año 1979 fue el año del poder del PNV gracias al nuevo Estado español de derecho, el 2003 ha sido el año de la ruptura de PNV+ETA-Batasuna con el Estado español de derecho, tras el ensayo del Pacto de Estella de 1998. PNV y ETA prefieren la fractura total a la pérdida de poder, posibilidad cercana como se vio en las últimas elecciones autonómicas.
Ahora no sólo tratan de confrontarse con el odiado Estado español, de intentar forzarle a dialogar, tras romper las reglas de juego, y a negociar con la amenaza en alto. Intentan a la vez dividir a los españoles (ahí están para ayudarles muchos catalanes, el cántabro Madrazo o el madrileño Herrero y Rodríguez de Miñón, dos prebendados por el PNV), y buscar al final del primer proceso soberanista el sabido y forzoso �no� de España (lo mismo el político que judicial) para basar una última escenificación de victimación, de rebeldía y de independencia.
De la fractura directa, buscada y predicada desde la oposición por el fundador Sabino Arana Goiri hemos pasado, tras un siglo de ambigüedades, equívocos y contradicciones, a la fractura directa, buscada y predicada desde el poder (esta vez con la ayuda múltiple de Batasuna-ETA) por el Plan Ibarreche, que es la síntesis de la doctrina del segundo Arana, de los restos del Estatuto de Guernica y del programa de ETA-Batasuna. Con Arzallus, haciendo de ogro, o con Imaz, luciendo buenos modales y modernidad. Y con la Asamblea del PNV -¿a la búlgara, a la vasca?- aprobando siempre todo por unanimidad.
Pero el Plan Ibarreche, y esto no se subraya bastante, se ha reforzado notablemente con el Programa escrito del gobierno Maragall-Carod en Cataluña, que es, como ya he escrito, otro intento de fractura grave, y simultánea, del Estado español y de la Nación española. ¡Qué histórica responsabilidad, otra vez, del PSOE!
Víctor Manuel Arbeloa, DIARIO DE NAVARRA, 28/1/2004