Vicente Vallés-El Confidencial
- Ahora, la metapolítica ha hecho que sus amigas de Podemos hayan fulminado a su principal valedor, Enrique Santiago, líder del Partido Comunista, después de que Díaz dijera que «tenemos que querernos más»
Cuando un Gobierno tiene problemas, el presidente suele hacer cambios quirúrgicos en su gabinete. Si la situación empeora, los cambios se convierten en una razia que arrasa ministerios. Si, a pesar de eso, no encuentra el camino, entonces trata de modificar el discurso. Y, si entra en situación desesperada, sustituye a los portavoces porque «no comunican bien».
Las elecciones de Madrid en mayo de 2021, con el hundimiento del PSOE, llevaron a Pedro Sánchez a saltarse la primera fase: no habría un cambio quirúrgico en su Gobierno, sino una razia. Expulsó del gabinete a Carmen Calvo y a José Luis Ábalos, y apartó de su lado a Iván Redondo, el gran hacedor de la Moncloa, el autor de Pedro Sánchez. Incluso hizo una primera incursión en las portavocías, al cambiar la del Gobierno y, poco después, las del partido y el Parlamento. Pero todavía no había alterado el discurso. Eso lo hizo dos semanas atrás, en el debate sobre el estado de la nación, para adelantar a Podemos por la izquierda. Y ahora fulmina a los responsables de la comunicación en el partido, y en el Parlamento a los que había nombrado hace nueve meses. Nueve. Salieron de un congreso del PSOE que, a la vista de lo ocurrido, resultó fallido.
Este mecanismo no es una invención de Sánchez. Todos los presidentes, en España y en otros países, caen en la misma tentación: utilizar el comodín de la comunicación, porque asumir que el Gobierno pueda estar gobernando mal no es una opción. Es más fácil defender que no se comunica bien la acción de gobierno. Ya lo dijo Yolanda Díaz hace unos meses, con esa terminología que la define con precisión: «El Gobierno hace cosas chulísimas, pero no somos capaces de comunicarlas». Hasta ahí, la argumentación adolescente se podía entender, aunque fuera más difícil de compartir.
Pero, cuando intentó subir un escalón en el esclarecimiento de esa tesis, entonces se entendió peor: «Hay una ruptura entre el mundo metapolítico y la gente». ¿No será que no son capaces de comunicar esas «cosas chulísimas» por utilizar palabros como «metapolítico»? Ahora, la metapolítica ha hecho que sus amigas de Podemos hayan fulminado a su principal valedor, Enrique Santiago, líder del Partido Comunista, después de que Díaz dijera que «tenemos que querernos más».
Pedro Sánchez es tan suyo que no consigue encontrar a un sosias en el ámbito de la comunicación: aquel o aquella que sea capaz de transmitir las cosas como él. A los ojos de Sánchez, nadie ha mostrado la suficiente eficiencia para expresar el pensamiento del presidente al gusto del presidente. El nuevo intento consiste en que el Gobierno devore al partido: los puestos fundamentales en el PSOE están ocupados por ministros. Ya no hay duda de que el Partido Socialista es el Partido Sanchista. Nunca antes, el PSOE dependió tanto de su jefe, dispuesto a dar un vuelco completo a la dirección de Ferraz sin convocar un congreso extraordinario, aunque solo sea por guardar las formas.
Y el comité federal de ayer se limitó a decir amén. Sus miembros se enteraron de los nombramientos en Twitter, igual que sus ministros y todos los españoles conocieron el histórico cambio de postura de Sánchez sobre el Sáhara por un comunicado del rey de Marruecos. Y en este plan. Es el resultado de que un partido elija a su líder en primarias: el secretario general se convierte en dios, y a dios no le tosen los monaguillos, como Emiliano García-Page ha definido a los socialistas que no son Sánchez.
En 2022 no hay nada equivalente a un sector guerrista en la sede de la calle de Ferraz
El debate es arcaico. En 1990, el entonces ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, se quejó de que la ejecutiva del PSOE no promocionaba lo suficiente la labor de Felipe González en la Moncloa (otra vez la comunicación), y se propuso a sí mismo para entrar en la dirección del partido, dispuesto a confrontar con los guerristas, porque «nunca está de más garantizar una buena conexión entre Gobierno y ejecutiva». En 2022 no hay nada equivalente a un sector guerrista en la sede de la calle de Ferraz. El PSOE es Sánchez. Y, siendo así, cuando el líder decide destituir al portavoz del partido y al portavoz parlamentario apenas nueve meses después de haberlos nombrado, caben dos posibilidades: o el líder elige mal a sus colaboradores o el problema no son sus colaboradores.
Ahora, después de varias derrotas electorales, Sánchez se enfrenta a los sucesivos sondeos que auguran la victoria del PP, incluido el CIS de Tezanos. Lo que se niegan a plantearse en la Moncloa es si el problema pudiera consistir en que es difícil comunicar bien una coalición con Podemos, sustentada en el Parlamento por Esquerra Republicana y Bildu, entre otros. Se requiere mucha versatilidad en el discurso y un desparpajo expansivo para que la comunicación de tal artefacto resulte exitosa con el paso del tiempo.