Como por experiencia todo el mundo sabe, las entidades bancarias no son lugares para explayarse con gozo, sino para lidiar con el vil metal. Son, más bien, oportunidad de sufrir in situ formalismos burocráticos que ponen a prueba nuestros nervios. Hace unos días, en una oficina bancaria se ha dado la sorpresa de ofrecer jolgorio para todos en un espectáculo inaudito.

Yo estaba refugiado en los Picos de Europa, viendo de vez en cuando gorriones y chovas piquigualdas, de espaldas al mundanal ruido (y a los salvajes que a bordo de bicis, patinetes y monopatines aterrorizan y sobresaltan, de forma impune, varias veces al día en la ciudad), cuando recibí un vídeo. Viniendo de un buen amigo lo abrí enseguida con ganas, y vi lo que ya han visto miles de personas; se dice que ha superado los dos millones de visitas.

Se trata de un video casero, con una cámara fijada en un balcón frente a la entrada de una oficina bancaria. Dura casi cinco minutos. Sería interesante saber y ver lo que pasó antes y después, cuál fue el contexto de la acción directa que llevaron a cabo esas vaquillas. Participaban en un encierro en el pueblo navarro de Mendigorría. De forma inopinada, decidieron abrir la puerta de aquella oficina y lo consiguieron. Debían de buscar un refugio seguro de la masa popular, que siempre gusta de azuzar. Otros zumbones dicen que lo ‘okuparon’ porque querían lograr una hipoteca o bien protestar por el cobro de comisiones bancarias; o hacerse una cuenta vacaria, según chistosos tuits. Gracias a esta filmación, esos animales se han convertido en alegoría de nuestras cuitas diarias. Y han dado de qué hablar y arrancado alguna alegría, lo que siempre es de agradecer. Por lo demás, nadie, parece, salió herido.

Volviendo a la grabación, arranca con la entrada conjunta de seis vaquillas en el Banco. Todas iban juntas y siguieron los pasos de la que decidió abrir la puerta, pero que acabó entrando la penúltima. Debía de saber que no era una pared. La juerga de los espectadores ya era grande: ¡Que no caben! De inmediato, dos jóvenes dieron palmadas en vano. ¡Que no pueden salir! La puerta estaba abierta y ellas estaban apretujadas. Un ‘pastor’ se acercó con una vara dándoles a los lomos, luego a las astas. De pronto apareció el director de lidia (eso rezaba su blanca camiseta), provisto de un capote, y, sin pensárselo dos veces, tiró del rabo de uno de los animales. Así, con las dos manos, consiguió que acabara saliendo. El capote quedó en el suelo y cerraron la puerta para abrirla empujando con la vara. Todo en tres minutos. A los pocos segundos, otro animal pugnó por aprovechar el hueco que se le abría. De nuevo, la puerta quedó cerrada. Quedaban cuatro dentro. Se repitió, entre aplausos, la operación. ¡Que se están asfixiando! ¡Que se empañan los cristales!, exclamaban voces infantiles.

Al final, en medio de ovaciones, acabaron saliendo de dos en dos. Cuentan que el día anterior, en la misma localidad, hicieron lo propio otros dos bovinos.

 

Mi amigo, doctor de animales, sugiere que cada uno de nosotros podría extraer una idea a partir de lo ocurrido. Las vaquillas entraron en rebaño, como en una manifestación, y volvieron a salir todas igual que habían entrado.

 

¿Cómo es el transcurrir de nuestra vida y qué podemos hacer? ¿Cuál es el valor de todo lo que hacemos e intentamos? Son preguntas oportunas en el ocaso de este ardiente estío, con el fin de orientarnos para no vivir eternamente hipotecados y en busca de lo mejor.