No basta con erigir una estatua en Bilbao a Sabino Arana, esa estatua a la que Alfonso Ussía llama el «monumento al Tonto», sino que es necesario divulgar en lo posible sus ideas, para que todo el mundo conozca las tonterías del Tonto. Bien es verdad que, como dice el refrán, al tonto se le conoce pronto.
En castellano, «arana» significa embuste, y también fraude o estafa, y de mentiras y fraudes están plagados los escritos políticos de Arana, don Sabino, fundador del nacionalismo vasco y padre espiritual de Javier Arzalluz y de Juan José Ibarreche. Vivió poco este Sabino Arana, pero lo suficiente para dejarse escrita una colección especialmente repugnante de insultos a los españoles y de miserables vituperios a las españolas. Nació en la segunda mitad avanzada del siglo XIX y falleció a los 38 años al comienzo del XX, precisamente en el 1903, de modo que este año se cumple el centenario de su muerte.
La mejor manera de celebrar ese centenario sería la de editar las Obras Completas del repulsivo personaje, y así los nacionalistas vascos tendrían ocasión de conocer particularmente y por menudo el pensamiento de su fundador, su doctrina entera y verdadera sin mutilaciones ni censuras, y de dónde vienen ellos y hacia dónde les llevan los dirigentes del PNV e intérpretes del singular doctrinario. He buscado los escritos de Arana y sólo he encontrado antologías y textos más o menos mutilados. Los mismos nacionalistas que creen y siguen esa doctrina esconden y expurgan sus textos, se avergüenzan de ellos y nunca los enseñan. Jamás he oído a Arzalluz, a Ibarreche, a Anasagasti o a Eguíbar citar un texto representativo del pensamiento de Arana. Es como si los cristianos ocultáramos el Evangelio.
Ya que los nacionalistas, que son sus seguidores, no lo hacen, alguien tendría que ocuparse en recopilar los escritos de Sabino Arana y hacer de ellos una edición completa y asequible, para que quien quiera pueda conocer su predicación. No basta con erigirle una estatua en Bilbao, esa estatua a la que Alfonso Ussía llama el «monumento al Tonto», sino que es necesario divulgar lo posible sus ideas para que todo el mundo conozca las tonterías del Tonto. Bien es verdad que, como dice el refrán, al tonto se le conoce pronto, y un florilegio de frases elocuentes ofrecería una idea aproximada del personaje, pero sus frases escogidas despiertan la curiosidad de conocer sus obras en toda su escatológica extensión.
La manera que tiene Arana de atribuir a los vascos las excelencias de una raza superior y privilegiada, algo así como las virtudes de un «pueblo elegido», y la desvergüenza con que señala a los «maketos» españoles como ejemplo de suciedad, de pereza y de descreimiento son dignas de ser conocidas por todos. Es bueno saber con quién nos estamos jugando algo más que los cuartos en el País Vasco. Porque Arana nos trata de guarros que no se lavan, de vagos que no dan golpe, de ladrones que roban lo ajeno, de blasfemos que ofenden a Dios y de gentes sin cultura, sin conciencia, sin moral. Lo menos ofensivo que dice de las mujeres españolas es que son tan desaseadas y cochinas que el olor de su ropa interior resulta insoportable para un vasco. Los «maketos» no sabemos comer, ni vestir, ni trabajar, ni hablar, ni rezar, ni siquiera lavarnos. Hay que leer a Sabino Arana para saber hasta dónde puede llegar la estupidez de los hombres. O sea, de algunos mequetrefes.
Jaime Campmany, ABC, 8/11/2003