Sus últimos escritos confirman su voluntad de renunciar a la independencia, disolver el PNV y crear la Liga de vascos españolista.
Año y medio antes de su muerte ocurrida en el pueblo que Sabino Arana siempre llamaba «Pedernales» y que el PNV de hoy llama «Sukarrieta», el fundador del PNV e inventor de la idea de la «patria vasca» anunció su intención de disolver el Partido Nacionalista Vasco y fundar la «Liga de vascos españolista» con el fin de, como ha quedado escrito, «que los estados vascos que son de hecho españoles, reconozcan y acaten en derecho esta anexión y alcancen dentro de esa situación de derecho, dentro de la unidad de España, la mayor felicidad moral y material que puedan». La enfermedad que, sin saberlo, consumía a Arana, además de la labor de los ultraortodoxos nacionalistas que desobedecieron las directrices de ese «testamento vital» porque pensaban que Sabino se había vuelto loco, dio al traste con lo que hubiera sido, como escribió Arana: «La renuncia del nacionalismo a la independencia».
El 23 de junio de 1902, Sabino Arana envió una carta a su hermano, Luis Arana, en la que le decía: «Mi consejo es este: hay que hacerse españolistas y trabajar con todo el alma por el programa que se trace con este carácter. A mi modo de ver, la Patria nos lo exige. Esto parece un contrasentido; pero si en mí se confía debe creerse. Es un golpe colosal desconocido en los anales de los partidos. Queda empañada toda mi reputación. Deshecha la obra de muchos años, levantada a costa de grandes sacrificios. Tú ya me comprenderás. Recuerdos a Mari e Isabel. Mu a los chicos. Tu hermano, Sabin».
Grave y trascendental
Pero el documentado giro españolista de Sabino no termina en la carta enviada a su hermano. Ese sólo fue el segundo paso. El primero fue que la misiva a Luis respondía a la publicación por parte del semanario vasco «La Patria» de un artículo del mismo día 22 de junio de 1902 titulado «Grave y trascendental» en el que se decía: «Corre el rumor de que el señor Arana-Goiri [ ] convencido ya de que continuar la campaña nacionalista sería gastar inútilmente preciosas energías que los vascos pudieran aplicar a la consecución de fines más asequibles, más prácticos, propónese desistir de continuar llamando a sus compatriotas al nacionalismo, recomendar a los que hasta ahora han acudido, reconozcan y acaten la soberanía española y pedirles un último voto de confianza para redactar y exponerles el programa completo de un nuevo partido vasco que sea a la vez español, que aspire a la felicidad de este país dentro del estado español, que camine hacia ella sin quebrantar la legalidad presente [ ] que aspire a restaurar del pasado vasco lo que bueno y a la vez compatible con la unidad del estado español y con las necesidades de los modernos tiempos. [ ] Cuando este rumor llegó a nuestros oídos, antojósenos lo que nos anunciaba muy grave y trascendental».
Cuatro días después, Sabino Arana publicaba en «La Patria» una carta extensa en la que confirmaba «el rumor» (rumor que, por supuesto, y como luego confirmó al diario «La Gaceta del Norte», había salido de él mismo). El siguiente párrafo literal extraído de ella es farragoso, pero necesario: «De realizarse lo que anunciaba el artículo de La Patria, el nacionalismo tiene que dejar de serlo, si ha de ser patriota: por esto el más nacionalista, el más patriota, es el primero que acude a los pies de la patria a ofrecer en holocausto su nacionalismo, su mismo patriotismo, en interés de la patria misma». Si para alguien no queda claro que Arana, como «patriota» vasco, escribió de su puño y letra su intención de acabar con el nacionalismo, quizá los dos últimos párrafos de la carta (en la que también anuncia que redactaría el programa del nuevo partido vasco españolista y luego se retiraría) despejen cualquier incógnita: «La retirada, de hacerse, se hará con orden. Nadie se moverá de su puesto hasta que suene el toque de corneta, y se procurará que no haya bajas al dejar las posiciones que abandonemos. En las nuevas, los buenos vascos seguirán trabajando por su pueblo, pero sin considerarlo aisladamente, sino dentro del Estado español».
Por esos mismos días, un redactor de «La Gaceta del Norte» entrevistó a Arana a propósito del «rumor» recogido en «La Patria». En la conversación quedaban claras las reservas morales que Sabino tenía hacia el Gobierno y hacia los «atropellos» que había sufrido el PNV, pero no por ello dejaba de afirmar su propósito de cambiar de ideario:
¬¿Es exacto que el actual partido nacionalista acataría la legalidad, tomando la forma de un partido vasco, y en qué momento y en qué acto realizaría ese pensamiento?
¬Hasta ahora, también el partido nacionalista ha acatado prácticamente en todos sus actos la legalidad española. Trocándose de nacionalista en españolista, la acataría y reconocería aun en su fin.
¬¿Qué plan o programa trazaría usted al nuevo partido?
¬El de una autonomía lo más radical posible dentro de la unidad del estado español, y a la vez adaptada al carácter vasco y a las necesidades modernas.
Pero todavía hay mucho más. Para los que entonces, en 1902, creyeron ver sombras en el giro de Arana, este mismo las aclara en un nuevo artículo en «La Patria» pocos días después. Sabino, todavía desde la cárcel, contesta dos artículos publicados en el periódico en los que se interpreta que el giro españolista al que Arana quiere someter al PNV no es un cambio en la finalidad política del nacionalismo, sino en los medios a ella encaminados. Arana responde sin reservas: «No es esto lo exacto. Por el contrario, el cambio de que se trata afecta a la finalidad política, no a los medios o procedimientos: no al camino, sino al término a que por él nos dirigíamos. El nacionalismo aspira, como a término o fin exterior y político, a la independencia del pueblo vasco, del cual dos antiguos estados obedecen al poder francés y los otros cuatro a la soberanía española. Pues bien: según el pensamiento de que se trata, el partido que ha proclamado esa política renunciará ya a ella, aspirando a que los estados vascos que de hecho son españoles, reconociendo y acatando en derecho esta anexión o agregación suya a España, alcancen dentro de esa situación de derecho, dentro de la unidad del estado España, la mayor felicidad moral y material que alcanzar puedan. Por tanto, según el pensamiento de referencia, el partido vasco nacionalista dejaría de serlo, para transformarse en vasco españolista. He aquí cómo habría renunciado a su fin, para aspirar a otro sustancialmente diverso. Sólo el sujeto, el conjunto de personas que constituyen el partido, permanecería; el objeto, la idea política, habría sido reemplazada por otra de naturaleza opuesta; porque vasco nacionalista y vasco españolista no se puede ser a un tiempo [ ] En resumen: […] el partido nacionalista de hoy, sin variar de sujeto ni de medios de acción, renunciaría a su finalidad, que es el nacionalismo, y se haría rigurosamente españolista».
Pero el colmo del giro españolista que Arana preparaba para el PNV llega en una carta que envía el 4 de julio de 1902 al director de la publicación «Euskalduna»: «Muy señor mío: Agradezco a V. en lo que vale la adhesión que presta su semanario a mi proyectado plan [ ] Debo aplaudir la franqueza con que declara V. que su semanario ha sido españolista desde su primer día, puesto que queda, sin moverse en el mismo terreno político al que, según proyecto, va a parar el partido nacionalista al trocarse en españolista. Por tal tuve yo a Euskalduna desde el primer día; pero no así todos mis correligionarios, al ver que en sus páginas aparecían a veces escritos verdaderamente nacionalistas. Hoy a nadie puede caberle duda acerca de su españolismo pasado y presente».
Los deseos de Arana estaban claros: que el nacionalismo que él inventó le diera un voto de confianza para preparar la redacción de un programa españolista con el que transformar al PNV en una «Liga de vascos españolista» (se conserva al menos un documento, en concreto una circular dirigida a los directores del partido que lleva el membrete de la «Liga de vascos españolista» en el que el director de Vizcaya, Eduardo de Arriaga, escribe: «Muy Sr. mío: Habiéndole nombrado Director de ese punto para recoger los votos de confianza que solicita D. Sabino de Arana-Goiri para fundar la Liga de Vascos Españolista […]».
«Es el Jesús vasco»
A pesar de sus deseos, el cáncer que, sin él saberlo, le iba consumiendo, acabaría por matarle sin llevar a cabo su proyectado viraje. Que en año y medio no pudiera disolver el PNV se explica en varias de las cartas que escribió a sus más próximos colaboradores en las que les pedía que no le visitaran o, que si lo hacían, «no hablemos de política, pues así me lo ordenan los doctores» (por cierto, galenos «maketos»: Aurelio Enríquez y Pedro Díaz).
Pero más importante que la excusa de la salud para no concluir el viraje fue la labor de iluminados ultraortodoxos como Arriandiaga, quien escribió al líder nacionalista Maguregui pocos días después de la muerte de Sabino en estos términos: «No es posible que tan perfecto caballero […] nos proponga la muerte de esta idea. Nada de eso. Él fue, él es y él será y no ningún otro el Verbo nacionalista hecho carne. Aunque el Nacionalismo fuere un error, él nunca lo llegaría a comprender, no podrá, por lo tanto, abominarlo, como la víbora jamás comprenderá que su veneno no sea un elemento esencial de sí mismo […] Él es el Nacionalismo y el Nacionalismo es él […] Vino al mundo a enseñárnoslo a los vascos para redimirles de la esclavitud del latino, al modo que Jesús vino a redimir a todos los humanos de la esclavitud del mal. Es pues, un Jesús vasco».
Y el PNV desobedeció las órdenes del fundador
Biógrafos de Arana a sueldo del PNV y algún converso aseguran que el giro españolista (para ellos «supuesto giro», «engañoso viraje táctico») de Sabino en su último año y medio de vida no fue más que una treta, un ingenio maquiavélico urdido por el inventor del bizkaitarrismo (nacionalismo) para lograr sus fines por otros medios. Los pocos «estudios» realizados aseguran intuir en en la frase «Tú ya me comprenderás», dirigida a su hermano mayor Luis, nacionalista ultraortodoxo y germanófilo, un guiño de complicidad que conduce a la teoría del ardid. Si esto hubiera sido así, no se podría explicar por qué Luis Arana, en una carta enviada a uno de sus correligionarios en el PNV, decía creer que su hermano «se había vuelto loco».
Si aquel «ya me comprenderás» hubiese sido un guiño y Luis Arana hubiera entendido que el propósito de su hermano era el de sacrificar «de momento» el anhelo independentista a costa de desarrollar un fuerte regionalismo autonomista en «Euzkadi» que luego pudiera ser reconducido de vuelta al nacionalismo puro y duro, tampoco se explicaría por qué Luis Arana se enfrentó con tanta violencia al propio PNV (hasta el punto de ser expulsado) cuando sus dirigentes, los más próximos a Sabino, después de la muerte de éste declararon, en efecto, su renuncia a la vía independentista para centrarse en el fin último de una autonomía para el pueblo vasco.
Por fin, si aquel «ya me comprenderás» hubiese sido el guiño de un ingenio oculto, sería imposible de explicar por qué cuando el PNV trata, siempre de puntillas, el giro españolista que Sabino Arana quiso dar al partido (con su disolución y la formación de una «Liga de vascos españolista»), se contradice en último término asegurando que aquello fue un episodio de «confusión» del fundador, y carga en la enfermedad terminal de Arana y en su paso por la cárcel toda la responsabilidad de ese giro.
Estos dos últimos puntos se desmontan con facilidad. Sabino Arana siempre fue un hombre enfermizo. Aquejado, según sus propias palabras, de «tisis galopante» cuando tenía 16 años, desde los 18 tuvo constantes episodios de lo que él llamaba «catarros gástricos». Pero lo que me mejor retrata su quebradiza salud fue una carta que escribió año y medio antes de su muerte en la que se refería a lo que los médicos le habían diagnosticado como un doloroso cíbalo, nada más que un cúmulo de masa fecal en el recto y que debió de ser en realidad la manifestación de un cáncer gástrico que le conduciría a la muerte. En esa carta, muy gráfica, se decía: «Saltó del colon al recto un scíbalo (como lo llama este médico). Cayó sobre el ano y aquí estuvo varios días, procurándome unas ganas de defecar horribles que, al no poder ser satisfechas, me causaban unos dolores espantosos por la creciente inflamación de las vejigas hemorroides, que en mí ya son antiguas. Toda purga que tomaba se expelía por entre la cíbala y las paredes del ano, de modo que esto y la presencia de aquella, por su peso sobre el ano, es lo que me la descubrió [ ] Yo le dije (al médico), hágamelo V. pedazos; si no, no hay medio. Entonces vino mi cuñado y este me lo pedazó en parte, sacando algunos trozos de aquella cantera. Se me reventaron varias almorranas. Fue una operación terrible por la dilatación que le dieron al ano.»
Sin embargo, y a pesar de las penurias físicas y, por supuesto, psíquicas de su mal, el 22 de junio de 1902, en la fecha en la que está escrita la carta a su hermano Luis, Sabino no sabía que su enfermedad era mortal. Ni siquiera lo supo un año después, el 30 de junio de 1903, día en el quedó fechada una carta escrita desde el Balneario de Aguas de Cestona (Guipúzcoa), dirigida a su amigo el médico Carlos de Iruarrizaga en la que dice: «Quiero que me vea V. este bulto, pues así podré saber si estoy perdiendo el tiempo en esta agua [ ] En una palabra: si mi enfermedad es curable, quiero aprovechar este verano; si no, quiero saberlo para tomar mis medidas».
En lo que se refiere a su paso por la cárcel, Arana sólo estuvo preso en dos ocasiones. La primera, durante poco más de cuatro meses en 1895 por unos artículos publicados en el semanario del que él fue director: «Bizkaitarra». La segunda, desde el 30 de mayo hasta el 8 de noviembre de 1902, por haber intentado enviar un telegrama de felicitación al presidente Roosevelt por la independencia de Cuba. En total, nueve meses de prisión preventiva tan «suave» que llevó a exclamar en 1918 al diputado por Bilbao Indalecio Prieto: «Ya quisieran estar todos los presos como estuvo Arana».
La historia inmediata posterior a la muerte de Arana es conocida. Los más próximos al fundador, a excepción de su hermano, aceptaron el giro españolista, y renunciaron a las siglas del PNV para llamarse «Comunión Nacionalista». Un error garrafal que aprovecharon los ultraortodoxos sabinianos para resucitar al PNV… Y de ahí, hasta hoy.
LA RAZÓN, 25/11/2003