El síndrome de Calígula

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Este Sánchez en apuros exige compromiso de disciplina. Despedirá a todo el que no muestre bastante adhesión a la jerarquía

La única verdad que Sánchez ha dicho en mucho tiempo es la de que va «a por todas». Se suponía que era un mensaje de ánimo a sus votantes y una intimidación a los adversarios, pero los hechos demuestran que también constituía una advertencia a sus colaboradores y/o ayudantes. Quiere filas prietas, formación de combate, cuchillo en la boca, mirada inyectada en sangre. Que nadie se relaje. Y sobre todo que nadie caiga en la disolvente tentación de entender que los altos cargos están para servir al Estado. Error: en el sanchismo sólo hay un señor y cualquier relajación, despiste o fisura en el vasallaje se paga con el cese inmediato. Por ahí andan rodando las cabezas de fieles como Calvo, Redondo o Ábalos, segadas antes de que las encuestas empezasen a vaticinar un descalabro. Ahora que pintan bastos no puede haber una sola distracción, ni un mínimo lapsus en la aclamación constante de las virtudes del liderazgo: a un narcisista no hay peloteo ni elogio que le parezcan escasos. El modelo de compromiso y disciplina es una mezcla entre Marlaska y Tezanos. El primero, un magistrado capaz de dilapidar el prestigio de su trayectoria mimando a los terroristas vascos que antes había perseguido y encarcelado. El segundo, un sociólogo veterano no sólo dispuesto a malversar su reputación profesional prestándose a una burda manipulación de datos, sino a perder todo atisbo de pudor para piropear a su amo diciendo que la derecha le tiene manía porque es alto y guapo.

En estos momentos de aprieto, el presidente exige sometimiento pleno. A los tibios los vomitará de su boca, como dice el Evangelio. Lo acaba de aprender el presidente de RTVE, Pérez Tornero, despedido –aunque sea difícil de creer para un espectador con cierta autonomía de criterio– por no darle bastante cariño al Gobierno y permitir que de vez cuando asomara en pantalla alguna crítica de la oposición o alguna opinión de sesgo educadamente adverso. El pecado imperdonable de un funcionario o subalterno sanchista consiste en no demostrar suficiente adhesión a la jerarquía, en tratar de mantener una apariencia mínima de neutralidad institucional, sentido de Estado u objetividad informativa. Así han caído entre otros un responsable de la Agencia Efe, el del Instituto de Estadística y hasta la directora de Inteligencia, la mismísima jefa de los espías. En ese frenesí decapitador, en esa compulsión ejecutora propia de un síndrome de Calígula, va implícito un mensaje a los aspirantes a magistraturas relevantes en la Administración de Justicia: cuidado con desobedecer en todo o en parte las consignas. En el momento en que alguno se desoriente y pretenda ejercer su independencia jurídica, aunque sea de forma tímida, puede dar su carrera por perdida. Más que a por todas, van a por todos los que se resistan a aceptar que su misión es exactamente ésa, la ‘sumisión’ política.