MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Los intelectuales periféricos es una expresión llamativa, pero escasamente empleada. Recuerdo haberla leído en uno de los escritos de Julián Marías. Entiendo por ellos a personas equilibradas que efectúan trabajos profesionales muy diversos y que tienen inquietud por saber y formarse un criterio adecuado.

No son intelectuales reconocidos socialmente, pero son imprescindibles para el progreso y estabilidad de una sociedad. Se entrelazan día a día con unos cuantos ciudadanos de a pie, escuchan y aportan sensatez en su entorno. Por modestos que sean, no dejan de mostrar su actitud y de enseñar lo que aprenden. Concentran interés y dedicación en su vida privada, en su realidad personal. La vida corriente que sirve de fondo a la historia cambiante y visible que Unamuno bautizó como intrahistoria.

Son plurales en sus ideas y creencias, aunque les une compartir afición y adhesión por la verdad. «La verdad es la verdad dígalo Agamenón o su porquero», dijo Antonio Machado a través de Juan de Mairena, quien, irónico, apostillaba a continuación con la respuesta de los aludidos: «Agamenón: ‘Conforme’. El porquero: ‘No me convence’».

Tienen notables bibliotecas en sus casas. Viven en pueblos y ciudades de cualquier orden, pequeñas o grandes. Sería muy provechoso que tuvieran conciencia de su significativo poder, para propagarlo mejor sin otro interés que el de incrementar la veracidad y el sentido crítico. Por esto no necesitan sentirse idénticos a los demás, ni decir lo que todo el mundo. Saben dudar, callar y hablar, no se sienten superiores ni inferiores a nadie. Entre ellos hay veterinarias y enfermeros, viven en Oviedo o en Lekeitio.