Sociedad de garantías mutuas

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Sánchez ha constituido con Esquerra un consorcio donde cada integrante garantiza la estabilidad del otro

Son muy, pero que muy cansinos estos tipos. Los separatistas, digo. Si usted anda harto de la ‘pasión de catalanes’ (Herrera dixit) está a tiempo de cambiar de artículo. Si se ha quedado en éste le recordaré que hace cinco años también nos provocaban a todos el mismo hastío hasta que se echaron al monte y pusieron la integridad del Estado en riesgo crítico. Ahora es verdad que andan a la greña entre ellos, enredados en querellas internas, malquistados y desunidos, pero a) siguen teniendo el poder en Cataluña y b) constituyen el sostén esencial del sanchismo. Es decir, que ejercen en la política española un ascendiente decisivo además de someter a la población no nacionalista a un asfixiante vasallaje político. No cabe desdeñar su capacidad de conflicto; si llegaron hasta donde llegaron fue por una minimización general de la gravedad del desafío que dejó al país entero al borde del precipicio. Donde los demás reaccionan con la lógica de la razón, a ellos les basta con la fe en sus mitos para dejarse llevar por el delirio.

Y así será, con más o menos prisa, un paso atrás y dos adelante, hasta que ocurran dos cosas que hoy parecen improbables. La primera, que algún Gobierno de la nación tenga los arrestos de negarse a seguir la deriva del apaciguamiento constante y ponga pie en pared para establecer límites a ese chantaje. La segunda, acaso aún más difícil, que el independentismo pierda unas elecciones catalanas a manos de una mayoría constitucionalista. Pero constitucionalista de verdad, no como aquella de Montilla que ampliaba el programa de imposición lingüística, avanzaba hacia la soberanía progresiva y llevaba de polizón a un Carod-Rovira capaz de negociar con ETA a escondidas una zona libre de atentados terroristas. ‘Lasciate ogni speranza’: ambas fórmulas están muy lejos. Una porque Sánchez ha atado su destino a Esquerra y a Podemos, y la otra porque el PSC de Illa no sólo es incapaz de defender a los catalanes que ven arrollados sus derechos sino que se ofrece –por orden de su jefe– a hacer de costalero a Aragonés para sacarlo del aprieto en que la deserción de sus socios lo ha puesto.

La opción del catalanismo moderado es una entelequia, un unicornio que nunca ha visto nadie; si existió alguna vez, el ‘procès’ se lo llevó por delante. La antigua Convergencia está hoy en manos de un tronado como Puigdemont, con su desvarío de mártir, y el pragmatismo de Junqueras es tan fiable como el resto de sus disfraces. La estrategia consiste en arrancar privilegios para rearmarse al tiempo que el Estado desarma a las instancias judiciales que aún pretenden depurar responsabilidades. Es cierto que la cohesión del bloque golpista ha saltado por los aires y que su potencia desestabilizadora es más débil que antes. Por eso resultan humillantes las maniobras auxiliares de un primer ministro español que sólo piensa en su propio rescate.