LORENZO SILVA-EL CORREO

  • El miedo y el odio autorizan toda clase de excesos a los hombres armados

En estos días en que la guerra se recrudece en Ucrania y nos muestra la peor faz de su crueldad, la que desahogan los que no van ganando sobre los civiles inermes, leo ‘Khatyn’, del escritor bielorruso Ales Adamóvich, que va justamente de eso. He escrito ‘Khatyn’ porque el libro hay que leerlo en inglés, a falta de una traducción al español que debería titularse ‘Jatyn’, como se escribe en nuestra lengua el nombre de la aldea bielorrusa en la que sucedió la historia real que inspira la novela. Este detalle, que no esté en la lengua de Cervantes el libro más conocido del gran autor bielorruso, nada menos que aquel a quien la Nobel Svetlana Alexiévich reconoce como su maestro, da para alguna reflexión suplementaria que reservaremos para otra ocasión.

La historia de Jatyn le sonará sin embargo al espectador español gracias a la célebre película de Elem Klímov ‘Ven y mira’, también inspirada en aquel episodio y con guion del propio Ales Adamóvich. Se trata de la masacre de todos los habitantes de la aldea -sólo cinco sobrevivieron- a manos de un escuadrón de liquidadores de las SS compuesto por desertores, mercenarios ucranianos y de otras nacionalidades y criminales de la siniestra brigada Dirlewanger, bajo el mando de un capitán alemán.

Para consumarla, encerraron a hombres, mujeres y niños en un pajar al que prendieron fuego y a los que intentaron escapar de las llamas los ametrallaron sin compasión. Era el año 1943, cuando Alemania empezaba ya a ver que la victoria se le escapaba.

Siendo extraordinaria y sobrecogedora la película, el relato literario de Adamóvich lo es aún más. Porque cala en la mente de los individuos embrutecidos por el combate, de los inquilinos de ese infierno en el que quedan abolidas todas las reglas de la humanidad y en el que el odio, el miedo, la ira autorizan toda clase de excesos a los hombres armados. El autor, siendo poco más que un adolescente, tomó las armas como partisano, por lo que sabía de qué hablaba. Y en el libro reflexiona sobre cómo la mente sometida al fragor del combate y expuesta a su violencia desarrolla mecanismos defensivos que permiten aceptarla, aun cuando recaiga sobre los inocentes, porque de otro modo, dice Adamóvich, la guerra sería impensable e insoportable.

Esta es la espita que abrió hace ya siete meses el líder de la Federación Rusa, creyendo que iniciaba un paseo militar. No lo ha sido, y su ego herido no concibe otra vía que bombear más crueldad. En vez de mercenarios, desertores y criminales utiliza misiles. Pero su venganza lo asemeja al capitán de las SS que arrasó Jatyn.