PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • Llevar la fiesta nacional al 23 de abril serviría de aglutinante cultural integrador

En ciertos medios culturales y académicos se viene considerando desde hace años la posibilidad de que sea el 23 de abril, hasta ahora día oficioso del libro en toda España y fiesta del libro y de la rosa en Cataluña, además de día oficial en Castilla y León y en Aragón, el que asumiera la oficialidad de Fiesta Nacional de España, en sustitución de la actual del 12 de octubre.

Sin quitarle a esta última fecha ni un ápice de su trascendencia histórica, sustituirla por la del 23 de abril ayudaría a limar ciertas asperezas de tono militarista o imperialista que se le han ido adhiriendo desde que fue pasando por los diferentes tramos históricos de su celebración. El 12 de octubre, desde su instauración como día oficial en 1918, llamándose entonces ‘día de la raza’, pasó por su conversión en ‘día de la Hispanidad’ -debido a la propuesta de dos vascos, Zacarías de Vizcarra y Ramiro de Maeztu-, denominación que empezó a utilizarse a partir de 1935, en plena Segunda República, y que se mantuvo durante todo el franquismo (que en 1958 la oficializó con tal nombre) y hasta 1987, cuando se retiró esa denominación oficial, que se quedó a partir de entonces como ‘Fiesta Nacional de España’.

Pero este 12 de octubre ha ido adquiriendo unas connotaciones de tono imperialista en ciertos países iberoamericanos, en las que no han faltado incluso alusiones al genocidio, por lo que en los últimos tiempos ha servido más para levantar polémicas más o menos interesadas o ficticias que para aglutinar a toda la ciudadanía concernida por dicha celebración, tanto en España como allende el Atlántico, a pesar de que, eso sí, desde que fue instituida como tal, lo fue con la aquiescencia y entusiasmo de muchos países y destacadas figuras intelectuales del ámbito hispanoamericano.

El hecho también de que ese día se conmemore con la celebración de un desfile militar no ha ayudado tampoco mucho, que digamos, a la integración de todas las sensibilidades políticas y culturales en España. Nunca ha estado en las celebraciones en Madrid de la Fiesta Nacional ningún lehendakari. Ni siquiera en tiempos de Patxi López este se dignó a ir a ninguno de los 12 de octubre celebrados durante su mandato. En 2009 envió a Rodolfo Ares, consejero de Interior, acompañado por la presidenta del Parlamento vasco, la popular Arantza Quiroga. En 2010 fue en su lugar la consejera de Educación, Isabel Celaá, y en 2011 de nuevo Ares. En 2012 estábamos en plena campaña de las autonómicas del 21 de octubre.

Y eso sin contar las manifestaciones de uno u otro signo (bien separatistas, bien de exaltación de la unidad nacional) que han tenido lugar alrededor del 12 de octubre y que siempre han empañado la festividad. Es por eso que la propuesta del 23 de abril, basada en un hecho cultural incuestionable como es la universalidad de Miguel de Cervantes (es la fecha de su fallecimiento, o de su entierro más bien) y de su obra, se viene erigiendo en alternativa amable, despresurizada y lúdica de la Fiesta Nacional. La obra cumbre del manco de Lepanto, ‘El Quijote’, contiene tantos significados y puede ser leída desde tantos puntos de vista que no defrauda a ninguna sensibilidad ideológica que se quiera acercar a ella, puesto que del mismo modo que contiene un canto sublime a la libertad del ser humano y a la búsqueda de sus más altos ideales, atesora también los caracteres más indelebles de la identidad española a través de los siglos y sobre todo concentrados en la época moderna (siglos XVI al XVIII), cuando España alcanzó su mayor presencia universal y el castellano llegó a los confines de todo el mundo conocido, en compañía del ecumenismo católico.

El 23 de abril, acompañado por las celebraciones oficiales y oficiosas que se conmemoran ya a nivel autonómico en esa misma fecha, serviría de aglutinante cultural en un país como España, necesitado hoy más que nunca de propuestas integradoras, menos basadas en preeminencias o imposiciones y más en hechos de convivencia que todos podemos compartir sin ningún esfuerzo. El castellano o español es la lengua en la que todos nos entendemos, tanto en España como con los países hermanos de Iberoamérica. Es la segunda lengua materna más hablada del mundo, con una riqueza literaria parangonable a la de cualquier otra lengua culta conocida. Y Cervantes y el Quijote son los símbolos máximos que la representan sin ningún género de dudas.

Aprovechar nuestros activos culturales para suavizar nuestras disputas políticas debería ser una opción a tener en cuenta por nuestros gobernantes. Lo cual no tendría por qué suponer echar al olvido el significado histórico de un 12 de octubre que quedará siempre como un hito no solo de nuestra propia historia, sino de la historia universal.