Mordidas

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Caso Madeja. Sobornos en Sevilla. Ediles y asesores de IU y socialistas. Confesión de culpa. No hay más preguntas, señoría

No era una caja de puros como la de Bárcenas, sino de zapatos, donde iban los billetes de las comisiones ilícitas que una contratista municipal sevillana pagaba, junto con otros regalos como un Audi A-4, a ciertos concejales y asesores socialistas y de Izquierda Unida. Lo han reconocido los acusados, tanto los paganos como los trincones, en un acuerdo de conformidad con la Fiscalía para rebajar las penas que con la acumulación de pruebas se les venían encima. El caso, destapado en su momento por ABC e instruido por la jueza Alaya, tiene su origen en Mercasevilla, foco inicial de los ERE –«la Junta colabora con quien colabora»– y paraíso de la mordida. Otros procesados, dos de IU y uno del PP, han preferido afrontar el juicio en el que también comparece el PSOE a título –¿les suena de algo?– de partícipe lucrativo: hay indicios de que parte del dinero del cohecho se destinó a pagar gastos de funcionamiento administrativo y la reforma –¿a que también les suena?– de una sede del partido.

El juicio del escándalo Madeja, una pieza separada del extenso sumario llamado Fitonovo por el nombre de la empresa, comenzó ayer en la Audiencia Nacional con el citado pacto de reducción de condenas. Debe de tratarse de un grave error de enfoque, porque es de general conocimiento que la izquierda nunca se corrompe y si lo hace es para repartir los beneficios entre los pobres. Corrupta de verdad era Rita Barberá, perseguida literalmente hasta la tumba por un ‘pitufeo’ o blanqueo irregular de la friolera de mil euros. O Paco Camps, exonerado en nueve procesos y pendiente del décimo, políticamente liquidado por un presunto cohecho –el de los célebres trajes– del que salió absuelto. La corrupción a la derecha se le supone como un rasgo ontológico, natural, congénito, y como los tiempos de la Justicia son muy lentos hay que depurarla por cualquier método, sea una campaña de linchamiento mediático o una moción de censura en el Congreso. En política cualquier juicio ético debe partir de la esencial diferencia entre los conceptos de ‘nosotros’ y ‘ellos’.

Durante varios años, los implicados en el fraude de Fitonovo trataron de intimidar a este periódico. Hubo presiones institucionales, descalificaciones públicas y hasta algún intento de acoso. También Alaya, por descontado, recibió su ración de piropos. Esta vez ni siquiera recurrieron a la teoría de los ‘cuatro golfos’. Todo era mentira, manipulación conspirativa, persecución fascista. La investigación reveló que la red venal se extendía por varias regiones y provincias y que hasta un edil del posterior mandato del PP resultó sospechoso de adjudicaciones delictivas. La confesión de parte, aunque tardía, deja las cosas en su sitio. La información era fidedigna, la trama, real y los sobornos, verídicos. La empresa los registraba en su contabilidad como facturas de un restaurante… de mariscos.