Mecanismos de selección

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El caos de Gran Bretaña es fruto de una élite política desarticulada y de un pueblo autosugestionado con promesas falsas

Existe en España una vieja tradición admirativa hacia la política británica. El parlamentarismo clásico, la carismática oratoria churchilliana, la circunscripción uninominal, la alternancia bipartidista, el respeto por los símbolos y las reglas formales de la democracia. Sucede que esas pautas y rasgos que nos encantan forman parte de un imaginario utópico, de una memoria idealizada o, en el mejor de los casos, de un tiempo desbordado por la vulgaridad contemporánea. Que ya no existen esas maneras elegantes de las élites de bombín y paraguas. Que por mucho que nos seduzcan las series de la BBC, la Premier League, las marinas de Turner, la distinción de Wimbledon o las teteras victorianas, hay un abismo entre el prestigio internacional de la cultura o las costumbres inglesas y la realidad social de una nación enferma, sumida por el delirio populista del Brexit en una espiral de decadencia. Y que aunque de vez en cuando el esplendor histórico de la leyenda brille aún en momentos estelares como los funerales de la Reina, lo poco que queda de ese mundo de refinamiento, empaque y solera se está yendo triste y aceleradamente a la mierda.

Desde que Cameron se despeñó en su propio ataque de soberbia y tras estar a punto de provocar la secesión de Escocia perdió la consulta de permanencia en la Unión Europea, todo lo que ha pasado en el país es una asombrosa exhibición de torpeza. El partido conservador se ha autodestruido en su contumaz carrera contra sí mismo. Ningún enemigo hubiese planificado mejor el caos creciente de los tres últimos primeros ministros, surgidos de la cuidadosa prospección de un colectivo político empeñado en encontrar a base de intrigas el mejor candidato para conducirlo al precipicio. Todavía es posible rizar el rizo y devolver al estrambótico Boris Johnson el liderazgo perdido en las farras con que celebraba su incapacidad frente al coronavirus. O probar después del desastre Truss con cualquier otro aspirante dispuesto a dar el definitivo salto al vacío. Cualquier cosa antes que reconocer la intensidad del estropicio y permitir que el laborismo intente reconstruirlo.

Esto es lo que pasa cuando los mecanismos de selección de dirigentes fallan y los ciudadanos se dejan arrastrar por la demagogia de las promesas falsas. Que el Brexit iba a desembocar en un descomunal descalzaperros era un vaticinio obvio mucho antes de que los ‘tories’ decidieran jugar –y quemarse, claro– con el fuego del maldito referéndum. Estarán satisfechos: era lo que quería el pueblo. Tanto es así que después les dio dos mayorías, de hecho, para que las malversaran en este sensacional desfile de ineptos. Todo es muy divertido: las juergas de Boris, la tinta suelta de Carlos III, la lechuga podrida del ‘Daily Star’ y todo eso. Pero está el mundo como para que una potencia económica –y nuclear– de Occidente se vaya por el sumidero.