JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- No hay negocio como el PSC: me puedo inflamar de españolismo o de catalanismo según el momento y la necesidad
No hay negocio como el del PSC. Siempre se ha beneficiado de la excepción que con él hizo Alfonso Guerra al liberarlo de la preceptiva incorporación a la Federación Catalana del PSOE. Preceptiva porque esa fue la estricta norma: todos los partidos socialistas de ámbito nacional o regional se disolverían bajo las siglas del PSOE a cambio de la correspondiente gratificación a sus dirigentes en puestos de relumbrón proporcionales a lo aportado. Tras las elecciones del 77, a Cortes constituyentes, no cupo duda de quién iban a capitalizar el antifranquismo: los que prácticamente no habían existido en el interior durante el franquismo. La vida es injusta; de haber premiado el votante español al antifranquismo real, habría sido el PCE el encargado de formar Gobierno en 1982. Y eso, todavía en guerra fría, no podía ser.
A lo que íbamos. El plan de la CIA y de la Internacional Socialista (cuando eso era algo) llevaba una buena marcha, los tiernos galvanizados iban a colocarse bajo el paraguas vintage, pero novísimo, del PSOE nacido en Suresnes. Y el PSC fue la excepción a la regla. Se estableció de inmediato una relación desigual, parasitaria: el PSC se presentaba en sociedad –y a elecciones– bajo la tortuosa fórmula ‘PSC (PSC-PSOE)’. Venía a significar que tú votabas al PSC, no al PSOE, aunque el PSC tenía un pacto con el PSOE, pero nunca más existiría una Federación Catalana del PSOE, y sin embargo si querías votar a Felipe era la papeleta del PSC la que debías introducir en el sobre y en la urna, pero no había que olvidar que se trataba de dos partidos distintos. El PSC poseía representantes en la Ejecutiva del PSOE, así que podía incidir directamente en sus decisiones, pero el PSOE no poseía representantes en el partido aliado.
De aquel antiguo error, de aquella maldita excepción de Alfonso Guerra, viene todo lo demás. Los nacionalismos infieles podrían haber sido combatidos con más eficacia si los líderes del PSC que llegaron a gobernar no hubieran sido un independentista catalán y un acomplejado, respectivamente. Que el acomplejado Montilla hubiera llegado a la presidencia era algo que meses atrás había descartado Maragall con una sonrisa de suficiencia: «Para ser presidente de la Generalitat es importante allí donde has nacido». Una parte del PSC era tan independentista que se les escapó (no podían aguantárselo) y se fueron a ERC, como Ernest Maragall, el hermanísimo. Otros, más inteligentes, se quedaron porque comprendieron que no había un negocio comparable al de «fer la puta i la Ramoneta». Disculpen, en catalán no suena tan mal. No hay negocio como el PSC: me puedo inflamar de españolismo o de catalanismo según el momento y la necesidad. Lo que en realidad han querido siempre es el poder sin más. De momento ya mandan ellos en el sanchismo. Felicidades. Luego quieren una ciudadanía de primera para los catalanes, una cosa muy socialista.