Quiebra de convivencia

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Hace tiempo que la función arbitral de la Corona no tiene éxito por mucho que el Rey siga predicando en el desierto

Lo malo del discurso del Rey, el mejor desde que tuvo que jugarse media Corona, o toda entera, para frenar una amenaza contra el Estado, es que nadie le va a hacer caso. Que cada partido –de los sistémicos, los demás ni se dan por interpelados– piensa que el grave desgaste institucional denunciado por el monarca es culpa del adversario y que por tanto es a otros a quienes corresponde arreglarlo. Que la función arbitral de la Corona hace tiempo que no tiene éxito aunque su titular siga insistiendo. Que el Gobierno, con quien la Casa Real se lleva bien a pesar de ciertos insistentes desplantes protocolarios, toma la alocución de Felipe VI por un mero atrezo navideño y le estrecha el margen de mediación constitucional hasta dejarlo en una prédica en el desierto. Que la oposición tampoco se da por aludida en el señalamiento. Y que el propio Rey tiene perfecta conciencia de que no puede ir más allá sin poner su neutralidad en riesgo.

La neutralidad, por si se te escapa el detalle, es una ventaja. No sólo eso: constituye la base de la legitimidad monárquica. Alguien tiene que quedar por encima de los forcejeos propios de la política sectaria, encarnar siquiera de un modo simbólico la aspiración de una convivencia civilizada, representar la unidad de España y respetar el principio esencial de la democracia, que es la coexistencia normal de opiniones enfrentadas. Su papel, el único posible en estas circunstancias, consiste en advertir de las amenazas y exhortar a los agentes públicos, sin inclinación de parte, para que se afanen en conjurarlas. Sin embargo intervenciones como la de Nochebuena, por más que apenas sean escuchadas, hacen patente que su criterio está mucho más cerca de las percepciones ciudadanas que el de una clase dirigente ensimismada en su confrontación dogmática. La denuncia de deterioro de las instituciones y de quiebra civil quedó patente y clara para que la interpreten los que deben interpretarla.

A éstos es a quienes tenemos que reclamar soluciones y plantear exigencias. Sí, resulta difícil esperar voluntad de acuerdo cuando el poder es el primero que atropella las reglas y retuerce las leyes a su interés y conveniencia. Toma nota por si alguna vez la situación da la vuelta: el problema no va a desaparecer sólo cambiando una mayoría de izquierdas por otra de derechas. Ésa es la verdadera victoria del sanchismo, la de haber creado una sociedad dividida, sin espacios de encuentro, sacudida por un ímpetu banderizo que acerca a la nación a un punto crítico. Sentado en el salón de la Zarzuela, el Rey nos dijo tranquila pero solemnemente que vivimos asomados a un precipicio. Y que nos caeremos en él si los responsables políticos siguen sin jugar limpio. Así que o bajamos entre todos el diapasón y le ponemos algo de sordina al ruido o estos conflictos que ahora nos escandalizan nos van a parecer un juego de niños.