Nada de lo que sigue aconteciendo en la rúa tiene ya excesiva importancia. Lo sabemos todo del personaje, sabemos lo ocurrido desde junio de 2018 y tememos lo que está por venir en los meses que restan hasta las generales, las doce plagas, el turbión de ceniza que suele traer aparejada la lluvia cuando cae sobre el bosque calcinado. Seguir rebuscando en el diccionario los términos adecuados para describir el naufragio es un ejercicio inútil, un esfuerzo estéril. El felón ya es presidente del Constitucional por persona interpuesta, ese Vyshinski (fiscal general de Stalin, para quien las leyes penales eran apenas una herramienta al servicio de la lucha de clases) de fidelidad perruna dispuesto a llevar la demolición del régimen del 78 hasta los cimientos. Todo el mal está hecho, casi todo está dicho y urge pasar página. Hay que empezar a olvidarse de este psicópata, este autócrata narciso aferrado a la arboladura del típico chulo de discoteca y empezar a pensar en el futuro inmediato, en este 2023 clave para el destino de un país al que una banda criminal ha conducido hasta la frontera misma de una humillante ruptura. El reto es mayo, se llama mayo, y a ese esfuerzo supremo deben dedicar los demócratas españoles todos sus esfuerzos a partir de ahora.
Importa la alternativa. Más allá del hundimiento de Ciudadanos y el destino de los restos de ese naufragio, importa saber si el PP de Núñez Feijóo será capaz de conservar/agrandar la distancia que ahora mismo le separa de ese PSOE escorado a la extrema izquierda; importa saber si Vox mantendrá el bloque de fortaleza de sus cincuenta y tantos diputados o incluso si sabrá aumentarlos, e importa, sobre todo, saber si la suma de ambos se transformará en una mayoría suficiente para gobernar, y si la derecha española, liberada de una vez por todas de sus atrabiliarios miedos al qué dirá la izquierda pobresista, será capaz de aunar esfuerzos para enderezar el rumbo de un país a la deriva.
Esta semana ha ocurrido algo que ha conmocionado las filas de esa derecha: el fichaje de Borja Sémper como portavoz del comité de campaña de Feijóo, incorporación que ha venido acompañada de otras, caso de Íñigo de la Serna, gente con mando en plaza durante los Gobiernos de Mariano Rajoy, encuadrada en las filas de ese genérico “sorayismo” que Casado se quitó pronto de encima porque suponía un peso muerto para el proyecto de rearme ideológico que pretendió al inicio de su mandato. Esas incorporaciones han encendido las alarmas entre los cientos de miles de antiguos votantes populares refugiados bajo el paraguas de Cs y de Vox que pudieran estar pensando, más por sentido de la responsabilidad que por gusto, en un regreso a la “casa del padre”, levantando al tiempo una oleada de comentarios críticos que posiblemente pequen de precipitados. Porque las cosas podrían ser de otro modo. Podrían.
- Feijóo llegó a Madrid con lo puesto y el aderezo de una pequeña guardia de corps sin mucha idea del who’s who en los poderes del Estado. El gallego ha venido padeciendo el mismo mal que ya experimentó el palentino: la dificultad de incorporar talento a la estructura de Génova»
Feijóo llegó a Madrid con lo puesto y el aderezo de una pequeña guardia de corps sin mucha idea del who’s who en los poderes del Estado. El gallego ha venido padeciendo el mismo mal que ya experimentó el palentino: la dificultad de incorporar talento a la estructura de Génova. En realidad, tanto uno como otro han sido víctimas de la criminal desidia de ese personaje nunca suficientemente maltratado apellidado Rajoy y su decisión de convertir al PP en un partido de tecnócratas tan reñidos con la ideología liberal como propensos a meter la mano en el erario público, asunto del que el partido aún se duele en los tribunales de justicia. Ningún aliciente, pues, capaz de concitar la incorporación de sabia fresca, de talento joven dispuesto a prestar un servicio al país. La llegada de Sémper es, por eso, la constatación del desierto en que ha quedado convertido el actual PP. Seamos realistas, si hay que recuperar a un tipo que salió despotricando de un partido –lo menos que pudo hacer, por otro lado- que ahora le hace su portavoz es que en la despensa de Génova no quedan ni ratones, es que ese armario está vacío.
Pero Feijóo conoce la valía de algunos de los que, entre la legión de secretarios y subsecretarios de Estado, sirvieron bajo el mandato de Rajoy y a quienes Casado canceló de un plumazo. De hecho, parece que nada más aterrizar en Madrid, pronto hará un año, intentó ya la vuelta de un Sémper a quien ofreció un puesto de relumbrón en la estructura del partido, oferta que el guipuzcoano rechazó. Padre de cuatro hijos, había empezado a ganarse bien la vida en la empresa privada. Pero el gallego no se rindió y el 6 de diciembre volvió a la carga. Las circunstancias han cambiado. Estamos de lleno en un año que se percibe como el más importante en mucho tiempo de historia española, y la perspectiva de un regreso al poder del PP se antoja más cerca que nunca.
El aludido ha pactado sus condiciones: reportar al propio Feijoo, depender en exclusiva de Feijóo. Y contar con todas las papeletas para ocupar un puesto importante en un futuro Gobierno de la derecha. Hay quien sostiene que el fichaje de Sémper es “la decisión más importante que ha tomado Núñez Feijóo desde que asumió la presidencia del partido”. Una iniciativa que refuerza sus opciones electorales y que abre paso a otras incorporaciones, incluso de independientes de prestigio, capaces de conformar el Gobierno de altura –moral e intelectual- que la situación reclama tras el paso de la basura que hoy se acumula en el consejo de ministros. “Borja es un tipo sensato y formado, que se expresa con criterio y que está bien relacionado con los medios, algo que descargará de mucho trabajo a Feijóo”.
Con esa incorporación, el líder del PP refuerza la línea estratégica de un “centrismo” dispuesto a pescar en los caladeros electorales de la izquierda moderada (si tal cosa existe hoy), gente encuadrada en las clases medias que tradicionalmente ha votado PSOE y que hoy puede estar razonablemente espantada ante el espectáculo de un aprendiz de sátrapa, simple rehén de quienes le mantienen en el poder, dispuesto a acabar con una Constitución que ha amparado el periodo más largo de paz y prosperidad que los españoles han conocido en siglos. El PP amplía su base electoral por la izquierda pero paga el precio de renunciar a recuperar el voto que huyó espantado del “sorayismo” y que hoy reclama políticas contundentes de regeneración, al tiempo que levanta un valladar entre los territorios electorales de PP y Vox, consolida de algún modo el voto Vox, asunto de la mayor importancia en la perspectiva de esa suma de fuerzas que se adivina como ineludible para que la derecha española pueda formar Gobierno. ¿Un cuento navideño?
No hay margen para esos jeribeques. Ninguno. La derecha democrática española no puede ya pensar en llegar a Moncloa para ocupar unas instituciones destrozadas y disfrutar pro domo sua de las prebendas del poder»
Podría ser. Pero ese será el momento de la verdad. Conviene reiterar que, para millones de españoles, la presencia de Vox en un eventual Gobierno de centro derecha parece condición sine qua non para alejar la sospecha de un Feijóo convertido al final del camino en una versión actualizada del peor Mariano, un Ejecutivo débil dispuesto a arreglar la fachada de la economía sin tocar lo demás, para, a la vuelta de unos años, volver a servir el poder en bandeja al último aprendiz de sátrapa salido de las sentinas reaccionarias de este PSOE echado al monte de la extrema izquierda. No hay margen para esos jeribeques. Ninguno. La derecha democrática española no puede ya pensar en llegar a Moncloa para ocupar unas instituciones destrozadas y disfrutar pro domo sua de las prebendas del poder. Sobre los escombros del sanchismo hay que reconstruir la idea de nación y repensar el Estado entero, lo que implica no solo encauzar la situación económica y mandar al cubo de la basura algunas de las leyes salidas del magín de cuatro analfabetas comunistas, sino avanzar en una serie de reformas profundas destinadas, al final del camino, a poner el Estado al servicio de los ciudadanos y no al revés.
Ese Gobierno de coalición PP+Vox, respaldado por una mayoría cercana a los 200 diputados, sería la última oportunidad para salvar la democracia española tal como la hemos conocido desde finales de los setenta. Porque la posibilidad de un Gobierno del PP en solitario sostenido por la abstención de este PSOE radicalizado se antoja una quimera sin fundamento. Y hay quien ve en la estrecha amistad que une a Sémper con Santiago Abascal, compañeros de pupitre de juventud, una de las claves de ese posible acuerdo. Pero antes hay que ganar, ojo. Y para ganar en unas generales a la poderosa armada de la izquierda pobresista, separatista y bildutarra se necesita mucha más gente que para formar Gobierno. Y para ganar en noviembre hay que empezar por ganar en mayo. La cita es mayo, porque después de lo que ocurra en las municipales y autonómicas de mayo todo quedará visto para sentencia. Primero hay que ganar, para poder después formar gobierno. Primero, ganar.