MANUEL MONTERO-El CORREO

  • El nuevo sistema que nos anuncian, de aire bolivariano, suena siniestro pese al envoltorio amable con el que lo rodean sus patrocinadores

Hace un par de meses recorría Bilbao una manifestación de latinoamericanos -sobre todo, bolivianos-, reivindicando la democracia para Bolivia. También para Venezuela y para Cuba. Pedían el apoyo de Euskadi en su lucha democrática. Desfilaban ante la indiferencia general. Si hubiesen pedido lo contrario -un régimen autoritario en Bolivia similar al de hoy en Venezuela o Cuba, además del apoyo a estas dictaduras- hubiesen tenido un sólido respaldo. Aquí somos más de respaldar autoritarismos que se dicen de izquierdas que regímenes democráticos. En esto tenemos un buen historial.

¿Imaginarán los bolivianos que en la Euskadi a la que piden apoyo democrático abundan quienes prefieren experimentos bolivarianos y que sospechan de las democracias? Quizás gustarían también aquí.

La relación de nuestras fuerzas políticas con la democracia es peculiar. Por decirlo de forma suave, la democracia no es aquí un concepto indiscutido e indiscutible, sino sujeto a una negociación continua en la que no siempre priman los valores democráticos (el rechazo a la violencia, la tolerancia, la pluralidad, los derechos humanos, la igualdad o el respeto a la Constitución). Para muchos, saltarse la legalidad es una muestra de convicciones democráticas.

Con vistas a la manifestación anual por los presos, Bildu difundió un montaje fotográfico que querría ser ingenioso. En la imagen en la que soldados soviéticos tomaron el Reichstag han sustituido la bandera de la URSS por su enseña con la leyenda «etxera».

Harán el chiste como representación del (inminente) triunfo del MLNV en su reivindicación histórica (sacar los presos a la calle es «la madre de todas las batallas», en palabras de Otegi). El simbolismo, sin embargo, tiene su intríngulis. La fotografía histórica fue el símbolo de la victoria soviética sobre el nazismo, pero no de la liberación democrática de la Alemania ocupada por las tropas soviéticas. Inauguró una dictadura comunista que habría de durar 45 años.

Así, la manipulación de la foto parece un acierto involuntario. Bildu entenderá el triunfo de sus reivindicaciones como la construcción de la verdadera democracia, que es como suele llamarse (verdaderas) a las democracias tramposas, las condicionadas por la presión violenta, en las que la ley, la voluntad popular o el pluralismo no cuentan o quedan diseñadas al gusto del autócrata. «Democracia popular» para 45 años: no nos caerá esa breva, pensará alguno de la cuerda.

Los conceptos de democracia que manejan los venidos de la violencia son peculiares: cincuenta años de terror buscando imponerse políticamente dejan su huella. Provoca perplejidad que estos recién conversos se presenten como los auténticos intérpretes de la democracia. Aún asombra más que algunos les crean. Una prueba: la manifestación por los presos, impúdica por su desprecio a las víctimas, fue apoyada por UGT y Podemos. ¿La unión hace la democracia? No en este caso. La mentada manifestación, ritual, reivindicó una suerte de amnistía para todos los presos terroristas sin exigir arrepentimiento, petición de perdón y el reconocimiento del daño causado, requisitos imprescindibles para pensar en que avanzan hacia la convivencia democrática.

Perpetúa la imagen falaz del terrorista como preso político, convirtiéndolo en una especie de patrimonio colectivo. Sus víctimas y los sufrimientos generados por el terror pasan a ser una cuestión privada, de la que no se habla en sociedad.

Se está vendiendo gato por liebre cuando desde Bildu reivindican «otro modelo de democracia». Será, dicen, «participativa y cooperativa» y hará transformaciones ¡todos los días! «tomando decisiones con la gente» (hay que suponer que con quienes vayan a las asambleas). Esta nueva democracia, de aire bolivariano, suena siniestra, pese al envoltorio de pretensión amable. «¡Nadie nos va a quitar la sonrisa!», aseguran, y estremece imaginarles un rictus satisfecho a quienes siguen creyendo que el terror liberaba.

Nos avisan ya de qué va esa «democracia». De entrada, piden «la derogación» el régimen del 78. La reclamación de romper la democracia constitucional es una barbaridad, que significa caminar hacia un régimen político no consensuado, al gusto de quienes cuestionan la democracia. Lo de superar el régimen del 78 nació de los grupos antisistema y sorprende que lo empleen cuando quieren blanquearse. Se conoce que son nuevos en esto. O que están crecidos tras su legislatura triunfal, en la que van alcanzando objetivos antes considerados inalcanzables.

Seguramente los manifestantes bolivianos que recorrían Bilbao conocían mejor el valor de la democracia y los riesgos de los ropajes populistas, de los que conviene desconfiar siempre. Aquí tenemos experiencia.