Ana Iribar-El Correo

  • Hoy hace 28 años decías, Gregorio, que luchar por principios nunca es equivocarse. Ya no se lucha por principios en política

Lo llamo síndrome de enero: el redoble de los tambores que traspasa escuelas y sociedades me emociona, como buena donostiarra, y al mismo tiempo me sobrecoge porque anuncia el aniversario de una muerte. Iruretagoiena. Velasco. Santamaría. Blanco. Ordóñez. ETA asesina en este mes de enero a Gregorio y a tantos otros ciudadanos inocentes. Detrás de esas siglas trabajaban un partido político, sindicato, asociaciones varias -juveniles, ecologistas, feministas, pro euskera-, incluso medios de comunicación. En 2011 se quitaron la marca madre porque tuvieron que prescindir de uno de sus métodos, el de matar. Pero hoy seguimos viendo en el espacio público prácticamente a las mismas personas de tan longeva y fructífera empresa.

Explica Emmanuelle Coccia en su ‘Metamorfosis’ que la forma a la que dará nacimiento un capullo jamás podrá ser ni supresión ni negación de la forma que lo precedió. Salvando las distancias, no he encontrado en el mundo natural mejor definición para entender la cínica metamorfosis que exhibe todo el entramado terrorista cuando ETA deja de matar. Lo hace sin renunciar a sus objetivos políticos. Sin despreciar a su militancia terrorista. Sin colaborar con la Justicia ni para entregar las armas ni para resolver sus crímenes aún impunes. No ha habido transición ni tregua para sus víctimas en Euskadi. La ola «antifascista» de Otegi llega y se retira de las calles de Bilbao con olor a pólvora mojada.

La posverdad es la banalización de la mentira, escribe Adela Cortina. Esa concentración salina de resentimiento, nacionalismo y muerte sigue corrosiva su avance en la política y aspira a gobernar Euskadi. De los 166.000 batasunos de 1995 a los 249.580 votantes de EH-Bildu en 2020, la segunda fuerza a diez escaños del PNV en el Parlamento vasco. Su letal perseverancia sigue dando frutos. Confieso que no estoy preparada ni como ciudadana ni como víctima de ETA para sentarme en el umbral de mi casa y ver pasar, como decía un amigo, el yate de mi enemigo. No habrá paz para las víctimas de ETA, especialmente para aquellas sin derecho a la justicia. Ni para los miles de exiliados forzosos, ni para tantas jóvenes mujeres, viudas de guardias civiles y de policías nacionales, que tuvieron que hacer la maleta un maldito día para hacer ese viaje de despedida humillante que les regalaba el pueblo vasco, de vuelta a casa con el ataúd de su marido envuelto en la bandera de España. Fuera de Euskadi, te conminaban en un mensaje de teléfono. Corres un riesgo de morir.

Hoy hace 28 años decías, Gregorio, durante la presentación de tu candidatura al Ayuntamiento de San Sebastián, que luchar por principios nunca es equivocarse. Eras caballo ganador tras ser el Partido Popular la fuerza más votada en San Sebastián en las elecciones europeas de 1994. Solo te declarabas radical en tus principios. En tu independencia. Decías no a pactos vergonzosos, presumías de no ser esclavo de nadie, solo somos esclavos de los ciudadanos donostiarras, de nadie más. Defendías ser español desde la singularidad vasca, donostiarra. Y afirmaste una vez más que quienes sobran son ellos, HB, ETA. Las personas normales no tenemos que cruzarnos con ellos por la calle. Pero ya no se lucha por principios en política. Nos cruzamos en la calle de la ciudad que tanto querías con quienes colaboraron en tu asesinato. Y sí, los partidos solo gobiernan esclavos de otros partidos, no del bien común de sus conciudadanos. Solo son gestores de poder. Fui a votarte en mayo, como si todavía estuvieras vivo. Con nuestro hijo de año y medio. Solo una bala cobarde pudo callar tu voz. Siempre he sabido, a pesar de la asfixiante niebla nacionalista que envolvía las calles de Euskadi, que estaba en el lado correcto. Me queda esa enorme satisfacción. A tu lado, y al lado de Mikel, de Fernando, de Cristina. De quienes resistieron contra el nacionalismo y contra el peor de sus engendros, el terrorismo, en la política, en la universidad, en el periodismo y la Justicia, en las calles, en el trabajo: fue un acto heroico a lo largo de cincuenta años en Euskadi. Un acto de soledad. Un acto de solidaridad. De dignidad.

Hoy convivimos desde la memoria de tanta crueldad, con el recuerdo de tantos ciudadanos excepcionales y rodeados de la misma canalla batasuna en un espacio difícil de explicar y de entender. La fuerza democrática por la libertad de tantos hombres y mujeres constitucionalistas ha sido devorada por acuerdos vergonzosos. Una fuerza que partía de socialistas y populares vascos en Euskadi. Cuando los principios y la valentía democráticos estaban en el tablero de la política. Lástima. Pero ya nos lo recordaba la presidenta del Congreso durante la celebración del cuadragésimo cuarto aniversario de la Constitución. Nada es para siempre. Yo, sin embargo, creo que sí hay cosas que son para siempre. La justicia. La honradez. El amor. La política. Aunque, pensándolo bien, valdría la pena que al menos en esto los españoles dieran con su voto la razón al Gobierno. Nada es para siempre.