IGNACIO CAMACHO-ABC

  • No vamos a olvidar a Ascen y Alberto porque ni podemos ni queremos. Y el perdón, que lo administre el Cielo

Existe una herramienta llamada Mapa del Terror (https://mapadelterror.com), elaborada por Covite, que documenta los escenarios donde cayeron 1.286 víctimas asesinadas por 26 grupos terroristas a lo largo de 60 años. Huelga decir que ETA y el País Vasco ocupan en él un destacado, siniestro liderazgo. Pero cada uno de nosotros tiene su propio lugar y su propio día de la memoria, el sitio y la fecha de un atentado que por razones emocionales, simbólicas, políticas o familiares le causó especial impacto. Los míos y los de casi todos los sevillanos son el 30 de enero de 1998 y la calle Don Remondo, junto a la fachada del Arzobispado. Podrían ser también el 16 de octubre de 2000 y la casa en cuyos bajos, mientras mis hijos hacían los deberes, dos canallas mataron al médico militar Muñoz Cariñanos, pero las circunstancias del crimen de Alberto Jiménez Becerril y su esposa Ascensión crearon en toda la sociedad española una conmoción afectiva y una sacudida de rechazo parecidas a la del entonces aún reciente secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Por los tres huérfanos que dormían a pocos pasos, por la juventud de la pareja, por lo inopinado del escenario y en mi caso, como en el de tantos conciudadanos, por la cercanía personal y el frecuente trato con el matrimonio tiroteado. Pero sobre todo, por la brutal pérdida de la inocencia que supuso para toda Sevilla aquella maldita noche de lluvia, llanto, plomo, sangre y desamparo.

Y no, no vamos a olvidar porque ni podemos ni queremos. El perdón, que lo administre el Cielo; en la tierra aún ha de cumplirse la justicia que reclama el recuerdo de los muertos. Es cierto que ETA perdió su desafío pero eso no nos va a sacar del desconsuelo, y menos cuando los verdugos siguen sin esbozar una mínima muestra de arrepentimiento y sus cómplices exprimen el rédito de la incomprensible, humillante obsequiosidad de este Gobierno. Los que apoyaron, jalearon o encubrieron el holocausto etarra podrán estar en las instituciones porque los tribunales han sentenciado que tienen derecho, pero ningún político decente les tendería su mano para cerrar un acuerdo. Tiene que pasar como poco una generación para que el tiempo amortigüe la punzada del dolor y el relato histórico establezca la verdad en sus justos términos, sin emplastos ni eufemismos ni ambigüedades ni rodeos. Y eso no va a suceder si los herederos de las víctimas se ven obligados a un esfuerzo de resistencia para eludir la condena del silencio en tanto los de los pistoleros hinchan el pecho, influyen en las leyes y logran privilegios para sus colegas presos. Ésa no es la paz que nos vendieron; es una estafa, un enjuague, un obsceno pasteleo. Y nadie va a arrogarse en nuestro nombre la facultad de rescribir el memorial del sufrimiento. No mientras queden ciudadanos de bien dispuestos a mirarse en el espejo de dignidad de Ascen y Alberto.