IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Mal concebida y peor gestionada con falta de profesionalidad asombrosa, la moción se ha convertido en una mala broma

La moción de censura se va a celebrar porque en el código de valores de Vox, lleno de resonancias épicas de brocha gorda, la simple idea de una retirada ya es por sí deshonrosa, pero hasta el menos perspicaz de sus cuadros sabe que el asunto ha terminado por adquirir ribetes de chirigota. Aunque, bien mirada, la colección de despropósitos previos es tan abrumadora que el debate poco puede ya agravar las cosas. Por más que la incompetencia en el manejo de la situación, tanto en el fondo como en las formas, haya resultado ciertamente insólita, en la escalada de desatinos nadie esperaba el estrambote de la filtración de última hora, un estrafalario autosabotaje que debe de haber provocado ataques de carcajadas en La Moncloa, donde no abundan en los últimos tiempos las noticias satisfactorias. Mal concebida y peor gestionada, la iniciativa se ha convertido en una mala broma, una carnavalada que además de chufla ajena debería causar en sus promotores vergüenza propia.

El carácter absurdo del planteamiento viene determinado por la certeza de que si hubiera una posibilidad de que la moción triunfase, una sola, Tamames no sería el candidato. A partir de ahí todo resulta un contrasentido, una irresponsabilidad y una falta de respeto a los mecanismos constitucionales del sistema parlamentario. Añádase la torpeza en la elección instrumental del propio postulante, cuyo trazo biográfico revela a cualquiera que se tome la molestia de analizarlo un diletantismo político acusado y un ego del tamaño de la basílica del Vaticano. Cabe pensar que Abascal asumiese con él un cierto riesgo controlado; sin embargo, la exhibición de discrepancias y el adelanto del discurso han reventado todos los cálculos sobre limitación de daños. Da igual que el texto o borrador conocido sea, razonable y sensato, que lo es aunque le falta brillantez y parece escrito con el freno pisado: el problema es que su conocimiento de antemano ridiculiza la estrategia y reduce la moción a un desmañado simulacro.

Después de esta cadena de desvaríos es imposible tomar a Vox por un partido serio. Su falta de profesionalidad política, su amateurismo manifiesto y su incapacidad para mantener sus planes en secreto lo retratan como una formación advenediza, poco adulta, inhabilitada para el desempeño de las funciones de Gobierno; no muy distinta en ese aspecto de la inmadurez populista de Podemos, su contraespejo. La manera en que por no torcer el brazo ha hecho de su propuesta un esperpento, una comedia bufa trufada de desencuentros previos, deja su reputación maltrecha y su solvencia por los suelos. Las sesiones de la semana próxima serán un mero entretenimiento para seguidores muy cafeteros, una especie de tertulia televisada en directo. Si algo sobra en la escena pública es esta clase de juegos excéntricos. Con el sanchismo y sus aliados basta para tomar el Congreso a cachondeo.