Miquel Escudero-El Imparcial

El escritor mallorquín Valentí Puig valora la condición personal por encima de cualquier otra, incluida la de escritor. Hace unos pocos años se fue a vivir a un pueblo cerca de Vic. Publica ahora un nuevo dietario: Casa dividida (Eds. Proa, en catalán, y Eds. Destino, en español). Está referido al año pasado. Una casa dividida, dice, es más que un conflicto político, también es moral y existencial. Y cita el evangelio de san Mateo, un versículo donde se afirma que un país o una casa dividida contra sí misma no permanecerá. Tiempo atrás, Valentí Puig anotó: sin buena gente, España no existiría. Cabe, pues, no perder las ganas de serlo.

Quien fuera un niño solitario y tímido, pronto aprendió a querer reconocer lo que pasaba a su alrededor sin que ‘nadie’ se diese cuenta. Ahora, alcanzados ya los setenta años de edad, se sabe invadido por la memoria de los años de infancia y por la presencia de sus muertos. Reconoce el privilegio de estar vivo y, al evocar a su padre, que falleció con diez años menos de los que él tiene ahora, siente una suerte de injusticia por ello.

Desde una calma conseguida, con el transcurrir del tiempo, al aceptar sus limitaciones, cuenta sus problemas de vesícula que le llevaron al hospital. Y otros achaques de salud que, anímicamente, procura superar con bonhomía y gratitud a la vida, percibiendo de cerca “la rara sintonía entre las hiedras, los caracoles, las montañas, las nieblas, los peces del estanque”. A su vez, conecta con el joven que fue y que aspiraba a escribir en los trenes. Narra ahora cómo “desde los vagones, rostros soñolientos nos miran y no nos ven”. O divisa por la ventana a un gato moteado canela que acecha a una paloma ventruda. Se sabe entretener con una bandada de pájaros parsimoniosa, conocedores de que para llegar a su destino no deben ir demasiado deprisa. Vuelan en forma de W y “la cohesión de la bandada en vuelo mantiene la supervivencia de todos los componentes, como un campo magnético”.

Son cosas que Valentí Puig señala hoy, con “la urgencia de anotar algo, aunque sólo sea el color de unos ojos o cuando la noche cruje. ¿En qué consiste, sino, ser escritor?”, se pregunta. En sus paseos matinales hacia Els Hostalets de Balenyà destaca: “esta mañana dos jilgueros parecían haberse implicado a dúo en la dicha de una sonatina”. Y que, “desde que vinimos a vivir a Centelles hace más de dos años, no había visto tantos gatos sueltos por el jardín, como si estuvieran en su casa de siempre”.

Pero el escritor, que fue corresponsal de prensa en distintos países, sigue analizando con finura e ironía la política que nos enreda. Ve en Putin el rostro de joven besugo que tenía y que se perfiló como un esturión, “ahora, abotargado y con ojos más hundidos, se aproxima al flote líquido de una medusa letal”. Define el Brexit como una “metástasis que desapega normas y desvanece ejes jerárquicos”. Y lamenta también que en nuestra casa se acalle la moderación pública. “El procés prácticamente obligó a un mutismo existencial”. No hay margen para la política sin juego limpio, en particular, afirma, sin que se reconozca el valor de la norma constitucional y que Cataluña es una sociedad bilingüe. Y al tener acceso a dos lenguas, plantea el dilema de si es mejor escoger la más madura y expansiva o escribir en la más débil y poco evolucionada.

Valentí Puig es claro y agudo en sus observaciones, y es valiente y educado cuando manifiesta lo que piensa. No pertenece a una cofradía de ‘antis’, trufada de fijaciones odiosas o insultantes, pero entiende que el actual Gobierno es el más incompetente y verbalista que hemos tenido desde el fin de la dictadura franquista.

¿Cómo describe al presidente Pedro Sánchez? “Disimula demasiado la convicción que no tiene y es el primero que no está convencido”. Su lema es: “siempre en movimiento para no ir a ninguna parte”. “Vive la política como un campeón de esquí náutico”, un “maniquí parlante” con una sonrisa desprovista de humor y alegría, “desconcertada en los momentos en que ve alejarse el poder” y a quien “le favorece no tener la manía de la verdad”.

El escritor quiere dejar testimonio del paso de los días, con talento y veracidad, con preocupación y nostalgia de lo mejor que algunos quieren echar a perder. Fiel a su idea de que, sin buena gente, España no existiría. Y sabe que hay que procurar que no pierdan las ganas de serlo.