IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El desvarío moral del sanchismo ha quedado de manifiesto por la resistencia de sus socios a aceptar su propio blanqueo

El daño más profundo que las candidaturas de Bildu van a infligir al sanchismo todavía no se ha visto, y tardará en verse porque trasciende incluso a sus efectos en la votación del domingo. En esencia, se trata de la invalidación del argumentario básico con que el presidente piensa abordar el último tramo de mandato: la alerta contra el probable pacto del PP y Vox para desalojarlo. Al jefe del Ejecutivo le sobra cinismo, y a sus trompeteros obediencia, para decretar la demonización de la alternativa y esgrimir el peligro de la ultraderecha mientras se muerde los morros con los legatarios de ETA, pero su poder de convicción va a quedar muy debilitado tras la exhibición abierta de las verdaderas intenciones de Otegi y su caterva. Una cosa es que la mayoría del electorado socialista esté dispuesta a tragarse su repugnancia por la connivencia con el posterrorismo y otra distinta que los votantes más templados no distingan entre los que representan a las víctimas y los que sitúan a los verdugos en la primera fila.

A base de insistencia, Sánchez logró primero la relativa normalización de Podemos pese a haber declarado que la simple idea de compartir el poder con Iglesias le quitaba el sueño. Luego abordó, indultos mediante, la despenalización jurídica y política del separatismo insurrecto, esfuerzo más difícil por la escasa colaboración que los interesados han prestado al intento. Se ha dejado mucho crédito y mucho desgaste en el doble empeño aunque gran parte de sus partidarios haya acabado dándolo por bueno con tal de mantener el Gobierno. Con lo que no contaba era con la resistencia de Bildu a su propio blanqueo, y mucho menos con la descarnada, orgullosa reivindicación de su pasado violento. En esas condiciones le va a resultar muy complicado estigmatizar al adversario por cualquier eventual acuerdo que nunca alcanzará el grado de «indecencia» (sic) de este conchabeo sin posible encaje ético.

Lo procurará de todas maneras porque la polarización es el núcleo esencial de su estrategia. Y sin duda contará con el asentimiento de muchos simpatizantes de izquierda cuya mentalidad hemipléjica contempla la confrontación ideológica como una contienda de trincheras y ha acogido a Bildu en la suya sin demasiadas reticencias porque su prioridad consiste en sumar fuerzas. Sin embargo, las elecciones las decide un segmento –no muy grande, es cierto– de electores acostumbrados a evaluar las situaciones con una mínima independencia de criterio, y a los que la falta de arrepentimiento del partido tardoetarra provoca un notable recelo. Sólo con que ese escrúpulo sea idéntico al que puedan sentir ante Vox bastará para neutralizar la llamada al voto del miedo. Es cuestión de tiempo que, aunque la soberbia del líder le impida entenderlo, el sanchismo sufra las consecuencias de haber minusvalorado el riesgo del desvarío moral que lleva dentro.