Olatz Barriuso-El Correo

  • Sánchez se la juega a cara o cruz con un arriesgadísimo adelanto electoral que busca movilizar a la izquierda que se quedó en casa el domingo

No había transcurrido ni media hora desde la metafórica patada al balde escenificada por Pedro Sánchez en Moncloa pasadas las once de esta mañana y las redes sociales de Yolanda Díaz ya ardían, inflamadas: «Desde este mismo momento estamos trabajando para ganar el próximo 23 de julio. Asumo el reto. Frente a la España negra de Feijóo, salimos a ganar. La gente nos está esperando». La moral de victoria de la vicepresidenta segunda, aunque sea impostada, explica a la perfección la filosofía sobre la que descansa el arriesgado movimiento del presidente del Gobierno al disolver las Cortes Generales al día siguiente de que España se tiñera de azul arrastrada por una fuerte pulsión de cambio antisanchista. Cuando Díaz habla de esa gente que «nos está esperando» se refiere, por supuesto, a todos los votantes de la izquierda que el 28-M se quedaron en casa, desencantados, hastiados de sus peleas por el poder, de sus movimientos tácticos y de una campaña de cartón piedra, la de Podemos, en la que se han dirigido, exaltados, a un país que no existía.

Así que Sánchez ha decidido, con la audacia casi suicida que le caracteriza y que se le debe reconocer una vez más, jugársela a cara o cruz con unas elecciones apresuradas. Unos comicios que nadie esperaba ahora, ni los suyos, y prácticamente arrojados a la cara a un país que, acogotado por las dificultades y la incertidumbre económica, cuenta las horas para irse de vacaciones o, si las circunstancias no se lo permiten, desconectar del mundo y de la intoxicante sobredosis de la política convertida en permanente espectáculo televisivo en el primer chiringuito que tenga a mano. ¿Por qué convoca entonces Sánchez unas elecciones en pleno verano y a rebufo de la debacle del PSOE este 28-M?

La respuesta corta es porque ha entendido que no le quedaba más remedio si quería tener alguna posibilidad, por ínfima que sea, de conservar La Moncloa. Seis meses más de ‘váyase señor Sánchez’, taza y media de pactos con Bildu y ERC, medio año, en fin, de agonía, habrían no sólo garantizado una derrota contundente sino que podrían haber dejado el proyecto socialista, ya tocadísimo desde ayer, en coma inducido.

La finta busca despertar al electorado de izquierdas sin darle tiempo a volverse a adormecer, activar un resorte defensivo al presenciar la sucesión de gobiernos autonómicos y municipales recuperados por el PP, en muchos casos con el concurso necesario de Vox. Se trata de sobreexponer al potencial votante sanchista /yolandista al triunfo exultante de las derechas para que el voto del miedo salve, en última instancia, lo que no han podido salvar ni la subida del SMI, ni la nueva ley de Vivienda, ni el incremento de las pensiones, ni el cine gratis para los jubilados ni los descuentos al interraíl.

Una estrategia sin garantías de éxito que, recordemos, no funcionó ni en el primer asalto al cielo madrileño de Isabel Díaz Ayuso, ahora redondeado con dos incontestables mayorías absolutas, ni en Castilla y León ni mucho menos en Andalucía. Pero es la última bala que le queda a un Sánchez que renuncia a su sueño de la presidencia de turno europea para hacer girar la ruleta rusa. Desactiva así también la retórica de los pactos Frankenstein, al finiquitar de raíz la legislatura, y silencia de un plumazo los codazos de Díaz y Podemos, obligados a ponerse de acuerdo, digamos, desde esta misma tarde. Aun así, la empresa sanchista se antoja quimérica. Pero el presidente siempre ha tenido claro que no hay gestas posibles sin dosis ingentes de épica.