Óscar Monsalvo-Vozpópuli

El Partido Popular acudía a estas elecciones con la esperanza de que la inercia de una derrota del PSOE en las autonómicas y municipales fuera suficiente para llegar a las generales relajados. La inercia les ha durado doce horas y, además, las generales se han adelantado a julio. Este giro imprevisto complica mucho su sofisticada estrategia, que consistía en dar pequeños paseos por la costa con las manos en los bolsillos. Demasiado tiempo para mantener el silencio ideológico y, a la vez, muy poco si quisieran desarrollar un auténtico programa.

El PSOE tampoco parece saber por dónde le da el aire. En 2021 los artistas de izquierdas firmaron un manifiesto “contra la ultraderecha” para intentar desalojar a Ayuso de la Comunidad de Madrid, Reyes Maroto presumió de amenaza fascista ante las cámaras y Adriana Lastra se echó al monte de la Guerra Civil con su ya célebre “no pasaréis”. Y Ayuso, claro, pasó. Ganó aquellas elecciones en las que “nos jugábamos la democracia” y en 2023, aún en democracia, las ha ganado de nuevo; mayoría absoluta. La sobreactuación y la performance fueron muy útiles para movilizar el voto de los más fanáticos, pero la mayoría de los ciudadanos sabe de sobra que eso a lo que llaman fascismo no es más que una derecha moderada, pragmática y hasta aburrida. La izquierda antifascista sigue buscando ese fascismo rotundo, autoritario y a ser posible con bigote pequeño que dé sentido a sus inflamados discursos, pero para su desgracia no termina de llegar.

Podemos y su spin-off han entendido que lo que está en juego en las próximas elecciones no es la democracia, sino algo más importante: sus sueldos

Tal vez por eso la campaña para el 23-J se ha iniciado con algunos cambios significativos. El manifiesto de esta temporada vuelve a reunir a intelectuales de la talla de Rozalén, Duval o Bardem, pero el mensaje no se centra en el peligro del fascismo sino en la desunión de la izquierda. Concretamente, de “la izquierda a la izquierda del PSOE”, que es como la prensa llama a la extrema izquierda. Podemos y su spin-off han entendido que lo que está en juego en las próximas elecciones no es la democracia, sino algo más importante: sus sueldos.

El PSOE también se ha dado cuenta de que insistir cada semana en que viene el lobo ya no funciona. Ante la elección entre Pedro y el lobo, los ciudadanos últimamente se quedan con el lobo. Sobre todo después de comprobar que en realidad es un cordero con un disfraz que se cae a cachos. Por eso la primera consigna tras la derrota de hace una semana tampoco hacía referencia a la ultraderecha ni al fascismo, sino que sirvió para presentar el nuevo juguete mediático: la ola reaccionaria. En el PP, nada menos. Como si fuera fácil imaginar a Feijóo leyendo a Chateaubriand o a Cuca Gamarra haciendo lo mismo con Joseph de Maistre.

Si la izquierda quisiera realmente desmovilizar a los votantes del PP el mensaje no debería ser que son lo mismo que Vox, sino que son lo mismo que el PSOE

Aun así, en esta primera semana de campaña postelectoral hemos podido ver un inconsciente acierto comunicativo de los socialistas: el vídeo que el martes inauguraba la campaña para el 23-J era espectacular. “Esto es lo que quiere el PP”, escribían. Y “esto”, lo que se veía, era precisamente el logo del PSOE. El único mensaje que podría dar alguna esperanza a Sánchez es la idea de que una victoria del PP no serviría para comenzar a construir una alternativa ideológica, cultural y política a la hegemonía de la izquierda, sino para mantener el gran consenso levantado entre el PSOE, Podemos y las izquierdas nacionalistas. Eso sí, con menos impuestos.

Si la izquierda quisiera realmente desmovilizar a los votantes del PP el mensaje no debería ser que son lo mismo que Vox, sino que son lo mismo que el PSOE. Contarían además con las evidencias aportadas por los portavoces del partido, cuyo discurso actual se podría resumir en los siguientes puntos: defender la necesidad del PSOE bueno, el PSOE de siempre, el PSOE de Guerra y González; decir muchas veces que derogarán “el sanchismo”; concretar lo menos posible qué medidas son las que van a derogar; y, en caso de que no puedan evitarlo, mencionar el “sólo sí es sí” y los violadores en la calle. Es decir, al final resulta que el sanchismo es Podemos.

Feijóo se comprometió a seguir cediendo a los habituales chantajes siempre que no declaren la independencia. Recibió elogios elocuentes

El propio líder de los populares dejaba esta semana un mensaje inquietante: “Creo que el Partido Socialista necesita un nuevo líder”. Es inquietante porque en el fondo es a lo que aspira, y por eso ven a Vox como una molestia. Porque propone algunas cosas que hace no mucho eran centrales en el PP; eran incluso “de centro”. Pero los tiempos han cambiado, y el PP de Feijóo y Gamarra querría poder gobernar en Baleares y en Valencia sin la incomodidad de tener al nacionalismo en pie de guerra. Por eso últimamente hablan más contra el independentismo y el secesionismo que contra el nacionalismo, sin querer aceptar que lo que ha tenido graves efectos para los españoles durante décadas no ha sido la posibilidad improbable de la independencia, sino el nacionalismo antiespañol. Ese nacionalismo con el que el PP lleva años coqueteando, y con el que Feijóo directamente quiere tender puentes de oro.

La semana pasada Alberto Núñez Feijóo estuvo en Barcelona y allí se pudo ver cuál es su plan para España en el caso de que el sanchismo pierda las elecciones. Se reunió con el Cercle d’Economia. Le pidieron mantener el clima de diálogo y comprensión que ha disipado el conflicto “con Cataluña”. Se comprometió a seguir cediendo a los habituales chantajes siempre que no declaren la independencia. Recibió elogios elocuentes. “Tu acento gallego es la España polifónica en la que creemos”. Uno de los organizadores terminó de aclarar en qué consistirá esta ola reaccionaria: “Es que sólo le falta hablar en catalán”.