IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Sumar es Podemos envuelto en vestido de seda. El principal reclamo de Yolanda Díaz consiste en no ser Pablo Iglesias

En una ocasión le oí decir a Íñigo Errejón, ya inmerso en los desencuentros que acabarían sacándolo de Podemos, que el problema de Pablo Iglesias es que inspiraba miedo y además le gustaba hacerlo. Teórico de la doctrina de Laclau, la línea maestra de los regímenes populistas sudamericanos, Errejón sostenía que un líder con aspiraciones de mayoría no puede generar rechazo y temía que el proyecto surgido de los rescoldos del 15-M, que aún gozaba de fuerte respaldo, acabase fracasando por escorarse hacia un ultrarradicalismo minoritario. El diagnóstico era exacto. Eso es justamente lo que ha sucedido tras cuatro años con el núcleo ‘pablista’ instalado en el desclasamiento de los altos cargos y su jefe, reconvertido en tribuno mediático, embarcado en una reyerta por el futuro de sus pretorianos. Todos los antiguos compañeros de filas saben que el círculo de Galapagar está quemado y que la propia marca de Podemos es hoy un chicharro.

Iglesias minusvaloró la histórica capacidad de resistencia del Partido Comunista, capaz de reflotarse una y otra vez a sí mismo aunque sea subsumido en distintas siglas. El viejo PC y su correlato sindical de Comisiones Obreras han atravesado sumergidos el tiempo de la moda ‘podemita’ para volver a irrumpir, aliados con Colau y las plataformas errejonistas, como soporte estratégico de la candidatura de Yolanda Díaz. Sólo que las circunstancias han cambiado porque Sánchez, que dio cobertura y patrocinio a la operación para utilizarla como muleta, necesita ahora captar todos los votos posibles de la extrema izquierda y esa competencia va a limitar las posibilidades de la nueva marca para erigirse en tercera fuerza. Aun así, Díaz le ha hecho el trabajo de limpieza al dejar a Montero y Echenique fuera —por ahora, ojo— y presentar unas listas de perfiles suaves…en apariencia. Pero a fin de cuentas se trata de las mismas ideas, envueltas en un celofán de retórica empalagosa y camufladas bajo vestidos de seda. De hecho, hasta la reforma de la polémica ley del ‘sí es sí’ contó con el voto negativo de la vicepresidenta. Su principal, si no único, reclamo electoral consiste en no ser Pablo Iglesias.

El acuerdo de cohabitación estaba cantado porque una cosa es el cainismo y otra diferente el suicidio, destino inevitable para las dos formaciones en caso de haber seguido cada una por su camino. La victoria yolandista en la negociación ratifica a Sumar en su condición de divisa subalterna del sanchismo, pero también promete nuevos conflictos; será difícil que el grupo desplazado, incluso preterido, se resigne a la desaparición práctica de su espacio político. Más que una alianza, siquiera de conveniencia, lo que ambas facciones firmaron el viernes es un armisticio, un equilibrio con pinta de provisional, si no de efímero. El resultado de las urnas de julio dará pistas sobre la consistencia de este compromiso.