IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Sólo esta derecha empeñada en pelearse por el poder antes de alcanzarlo puede salvar ya a un presidente achicharrado

Las elecciones de julio las va a perder el PSOE salvo que el PP se empeñe, con la colaboración de Vox, en regalárselas con una política de pactos desconcertante por sus criterios tornadizos y sus pasos en falso. Y las va a perder porque de todos los partidos en liza es de largo el que tiene peor candidato. Sánchez es un chicharro, un dirigente quemado cuya figura provoca rechazo en una amplia mayoría de ciudadanos, aunque muchos de ellos sigan dispuestos a votarle sólo para impedir que gane el adversario. En esas condiciones, y con la herida abierta del batacazo de mayo, la única posibilidad de remontar su desventaja demoscópica consiste en que los líderes de la derecha se suiciden peleándose por el poder antes de conquistarlo, y aun así es muy difícil que el electorado renuncie a su patente voluntad de cambio. La más optimista de las opciones del Gobierno sería lo que los anglosajones llaman un ‘Parlamento colgado’, un nuevo bloqueo en el que nadie pudiera sacar adelante una investidura por falta de respaldo y hubiese que volver a las urnas después del verano, como ya ocurrió en los dos anteriores mandatos.

Tan conscientes son los socialistas de que su problema es el presidente que parecen haberlo convencido de que se pase la campaña rectificándose a sí mismo. Ahora resulta que las leyes de Irene Montero incomodan a sus amigos (a los de Sánchez y hasta a los de la propia ministra, a juzgar por el veto con que la han preterido), que nunca ha tenido tratos de confianza con Bildu y que los indultos a los independentistas fueron un sacrificio por razones de Estado a las que se debe todo buen político. Empavorecido ante unas encuestas que lo sitúan al borde del precipicio, el jefe del Ejecutivo le ha robado a Feijóo, como bien ha visto Teodoro León, el argumento programático de derogar el sanchismo. Fracasados todos los demás libretos, ha decidido representar el guión tardío del gobernante arrepentido.

Esta enésima y probablemente última pirueta tiene el defecto de que la gente ya se ha acostumbrado a verle encarnar un papel y el opuesto. Se llama falta de crédito y empezó en el momento en que se abrazó a Podemos tras declarar casi con patetismo que esa sola hipótesis lo dejaba sin sueño. Su palabra está tan devaluada que lo que más le conviene es el silencio, pasar de puntillas y fingirse discreto; si pudiesen, sus asesores procurarían esconderlo, y en parte lo intentan de hecho evitándole comparecer en actos abiertos, pero ninguna campaña funciona con el protagonista metido en un agujero, entrevistando a sus ministros en sonrojantes sesiones de recíproco peloteo. Así las cosas, no le quedaría una mínima oportunidad de éxito sin el inesperado rescate de unos rivales entretenidos en retransmitir sus desencuentros con detalle y en directo. Esta derecha es capaz de fallar un gol en el área pequeña y con el portero en el suelo.