Miquel Escudero-El Correo

Una amiga me cuestiona con afecto que hable aquí poco del presente, sucede que entiendo que hay en el pasado lecciones muy provechosas que extraer y que apenas están exploradas. Fijémonos en Altiero Spinelli, uno de los padres fundadores de la Unión Europea. Opuesto al fascismo de Mussolini, pasó diez años encarcelado. Evolucionó hacia el socialismo democrático y se adscribió a la Sinistra Indipendente, un grupo de personalidades próximas al PCI que no se sometían a la disciplina de su aparato político.

Fervorosa igualmente del federalismo europeo, su mujer Ursula Hirschmann (una alemana judía) le expresó por carta a su amiga Natalia Ginzburg (escritora, de padre judío y madre católica): «A mí también me pasa que estoy pendiente de que nadie diga nada malo de los judíos, pero me siento incómoda cuando alguien me habla de Israel con ese tono de admiración exclusivista que siempre me ha molestado, se refiera al país que se refiera». Esto se lo decía hace medio siglo, haciendo hincapié desde Bruselas en que le molestaba la jactancia que mostraban los dirigentes judíos al destacar los «esfuerzos enormes hechos para soldar en un único bloque a todos los ciudadanos de una nación», a ella le repelía la agresividad desprendida por creerse superiores a los demás.

Para alejarse de este círculo cerrado y nefasto, Hirschmann remarcaba que sólo un salto cualitativo que supere las estructuras nacionales puede salvar a Europa: «Lo mismo puede decirse de Israel y el mundo árabe. De quien entre ellos sepa madurar este pensamiento y presentarlo nacerá la utopía de la nueva dimensión, utopía que en un momento dado se difundirá en la realidad».