IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El único objetivo real del presidente es ya el de empatar consigo mismo para sostenerse al frente del partido

Ala izquierda hay que admirarle su capacidad de reagruparse. El llamado voto útil, que no es más que la conciencia de que el sistema electoral prima la unidad y castiga la dispersión, ha comenzado a apretar filas en torno a Sánchez tras la evidencia de que había salido mal parado del debate.

Un desastre así habría desencadenado en la derecha sociológica el efecto contrario, la diáspora generalizada de apoyos a su principal candidato, mientras en el otro bando la alarma por la pérdida del poder funciona como resorte para activar la cohesión de su electorado bajo un impulso autodefensivo de puro instinto pragmático. Aunque los sondeos detectaron tras el cara a cara una tendencia a la baja de tres o cuatro escaños, el bloque sanchista ha recompuesto de inmediato su respaldo al presidente a costa de Yolanda Díaz, evidente pagana del pato. No será suficiente para evitar la derrota pero puede serlo para asegurar el liderazgo partidista del todavía jefe del Gobierno, a estas alturas el único objetivo real por el que se está batiendo. El fantasma de una facturación por debajo de los cien diputados parece quedar lo bastante lejos para disuadir cualquier intento de apartarlo del puesto. La disidencia interna carecerá de fuerza para removerlo si se mantiene en torno al veintisiete o veintiocho por ciento, es decir, su resultado de 2019 más o menos. La cifra que le permitiría resistir al frente del PSOE y atrincherarse con un grupo de plena obediencia en el Congreso.

Hace una semana circuló entre algunas cuentas de redes sociales cercanas a Moncloa un extraño mensaje sobre Suecia. Suecia, sí. Venía a decir que en el país nórdico el pacto de las derechas –convencional y populista– había provocado un rápido y contundente ‘sorpasso’ de la oposición en las encuestas. No es difícil colegir que el entorno presidencial se agarra a ese ejemplo para articular su estrategia de resistencia. Para ello necesita empatar consigo mismo, alcanzar una masa crítica que neutralice la presumible ofensiva de un sector crítico ya encogido tras los pronunciamientos explícitos de decenas de antiguos altos cargos del partido. El aventado futuro europeo de Sánchez está en el alero, congelado como mínimo, y el interesado busca tiempo y un papel en el que desempeñarse con cierto nivel de protagonismo.

Tiene garantizado el control orgánico para sostenerse a corto plazo siempre que el domingo no sufra un descalabro, porque la radicalización de los militantes impide un eventual e improbable golpe de mano de los escasos dirigentes moderados. Y se ve en condiciones de enrocarse, quizá incluso de reinventarse para lanzar más adelante otro asalto. Confía en un Gabinete de coalición PP-Vox como tabla de náufrago; ésa es su última esperanza, la ‘dulce derrota’ como consuelo provisional de un fracaso cantado. Soñar es gratis aunque muchos sueños acaben en desengaños.