Xoán Hermida-El Español
  • La ‘victoria-derrota’ de la izquierda en las generales perpetuará la senda de errores por los que transita y dificultará que surjan voces críticas que pidan algo de reflexión y cordura.

¿Austedes nunca les ha pasado que encuentran un moratón o una herida en el cuerpo y se dicen «Qué raro, yo juraría no haberme lastimado en ningún sitio»? Lo más probable es que sea fruto de un incidente en un momento de tensión muscular o de un esfuerzo durante un ejercicio físico fuerte. Y que solamente cuando se enfría el músculo se notan las molestias que antes pasaron desapercibidas.

Algo parecido le ha pasado a la izquierda este pasado 23-J. En la lógica euforia porque el desastre fue menor de lo que se esperaba, no va a ser consciente del moratón hasta que los días pasen y la realidad (la real, no la construida) se imponga.

Ya sé que los que pronosticamos una derrota de la izquierda hemos errado. Porque las elecciones las ha ganado la «nueva izquierda», después de pasar en los últimos años de 71 diputados y disputar la hegemonía de la izquierda al PSOE a 41 escaños. Después, a 35 y ahora, a 31 diputados. Van en dirección a un espacio electoral similar al que en su día ocupó el PCE o IU.

Ya sabemos, por otra parte, que el PSOE, con 121 escaños, uno más que en las pasadas elecciones (y dos menos de cuando Sánchez repitió las elecciones del 2019 porque le parecía un resultado exiguo), ha cosechado un gran éxito planetario. El escaño que suma no compensa los siete perdidos por su socio de Gobierno. Y además, ahora no es, ni en términos de voto ni de escaños, la primera fuerza como lo era en la legislatura pasada. Y que solamente la subida en Cataluña amortigua el desplome en las otras circunscripciones. Subida, que, por cierto, le debe agradecer a Vox, que a tres días de las elecciones aseguró «que las calles de Cataluña arderían» con la llegada de VOX y el PP al Gobierno.

Todo el mundo sabe que el PP ha perdido las elecciones a pesar de sumar 48 escaños más y tres millones de votos, y sacar mayoría absoluta en el Senado. Victorias numéricas que se vienen a sumar al poder autonómico y municipal que el centroderecha ha acumulado en las pasadas elecciones de mayo.

Y si vamos a la letra pequeña, la fuerza llamada a substituir al PP al frente de la Xunta de Galicia se pierde en la cuarta posición. ERC cede la hegemonía nacionalista al supremacista Puigdemont. Y la España Vaciada, tan importante para los progresistas hace apenas un año, desaparece de la escena como el regeneracionismo del 15-M, el día que Podemos se encargó de gestionar sus activos.

«Los elementos de regeneracionismo democrático formulados en su momento por el 15-M siguen pendientes»

Así que, llegados a este punto, y en la realidad paralela donde vive la dirigencia de la izquierda y sus aduladores, han fallado más las encuestas que daban ganador al PP que la del CIS. Que, conviene recordar, adelantaba en varios escaños y tres puntos al PSOE sobre el PP. Y en la que Sumar era claramente la tercera fuerza por delante de VOX.

En realidad, poco importa cómo de ilusoria sea la realidad en la que vive una parte de nuestra clase periodística y política. Lo único que van a conseguir estas victorias-derrotas es perpetuar la senda de errores por los que transita la izquierda. Y va a dificultar más aún, si cabe, que surjan voces críticas que pidan algo de reflexión y cordura.

En realidad, lo que nos debería preocupar desde un punto de vista progresista es la situación de bloqueo en la que se va a adentrar España, en un momento en que la barra libre de Europa se va a acabar y toca pagar los platos rotos de las urgencias de los últimos años. La inestabilidad política se va a acrecentar peligrosamente, la polarización se va a incrementar hasta niveles insoportables y la desafección va a crecer hasta niveles inimaginables.

Mientras esto pase asistiremos a una nueva mayoría parlamentaria (la que sea) más complicada que la anterior. O a una repetición electoral en forma de segunda vuelta. Segunda vuelta con un resultado abierto y un fortalecimiento más grande aún del bipartidismo.

Así que deberíamos tener unas cuantas cosas claras:

1. El nuestro es un modelo parlamentario, y no presidencialista. Corresponde por lo tanto a los representantes parlamentarios encontrar las mayorías para nombrar un Ejecutivo. Tanto PP como PSOE pueden y tienen legitimidad para pactar con cualquier fuerza política presente en el hemiciclo, pues su presencia está avalada por la Junta Electoral, a la que corresponde dar el visto y place de su estado al día con el Estado de derecho.

2. Siendo esto así, deberíamos convenir que los elementos de regeneracionismo democrático formulados en su momento por el 15-M (junto con la Transición, el patrimonio más confiable para los españoles) siguen pendientes. Y sus soluciones siguen conformando el programa más ambicioso en términos democráticos desde la ruptura pactada del 78.

«La izquierda haría bien en aprovechar la segunda oportunidad que milagrosamente le ha brindado el 23-J para reflexionar, porque no tendrá muchas más»

Y además deberíamos convenir que la única fórmula para que esto se lleve adelante, a no ser que alguien sueñe con un escenario revolucionario, pasa por un gran consenso. Uno que, necesariamente, por mera suma matemática, precise en la ecuación del PP y del PSOE. Seguramente algunos más, siempre que estos no jueguen a la desestabilización populista o a la deslealtad institucional.

Así que, ¿por qué en el análisis DAFO de la política española no convertimos las amenazas que se ciernen sobre una política más encanallada que la de los últimos años en una oportunidad, en la que a los políticos se les exija solamente la mitad de la altura de miras de la que tuvieron los políticos de la generación de los setenta?

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La izquierda no sale de su crisis existencial y de proyecto, aquí y en el mundo. Va más allá de que la victoria del PP no haya sido todo lo amplia que se esperaba, o de que la derrota de la izquierda no haya sido lo inmensa que algunos pronosticábamos. La izquierda se ha asomado al precipicio. Y por una serie de causas y azares, que aún corresponde ver en detalle y en los que seguramente ha actuado el miedo y el vértigo de la sociedad, no se ha partido la crisma. Mejor haría en aprovechar esta segunda oportunidad, que milagrosamente se le ha cruzado en el camino. Porque no tendrá muchas más.

La democracia, además de un sistema de contrapesos, también son reglas de juego y cultura del respeto mutuo. Deberíamos desterrar la cizaña sembrada en los últimos años, romper con la dinámica guerracivilista y observar al adversario como un aliado en la construcción de proyecto común.

La pertenencia a la Unión Europea es un seguro frente a algunas de las amenazas que los catastrofistas predicen, y que no pueden ocurrir fácilmente. Pero no tentemos reiteradamente a la suerte, porque tenemos la historia incivil que tenemos.

Aprovechemos y acabemos la tarea pendiente que nos señaló el 15-M. Respetemos a las minorías, porque así debe ser. Pero desde las mayorías colaboremos para resolver los grandes problemas y retos que se nos plantean.

*** Xoán Hermida es historiador y doctor en Ciencias Políticas y Gestión Pública.