A otro perro con ese hueso

JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Los grupos que hoy se arrogan la representación exclusiva o preferente de Cataluña eran insignificantes

Mis primeras gamberradas políticas se remontan a 1976. No me perdía un recital, una marcha, un acto, una ‘mani’ (así llamábamos a las manifestaciones; ‘manifa’ es de antifranquistas nacidos en el felipismo, como pronto). He gritado a Samaranch —camisa azul se puso el tío— cuando presidía una Diputación terminal. He puteado a los grises (esos que tú no has visto, valiente) con temeridad adolescente en el concierto donde Llach grabó un celebrado directo. Me las he tenido con «los de Valladolid», policías especialmente temidos, pañuelo amarillo al cuello. Ha caído un hombre a mi lado —luego supe que había muerto— en el escaparate de Canaletas donde nos escondíamos un 11 de septiembre. Me han herido la espalda golpes de esposas que un ‘social’ no consiguió ponerme cuando reventábamos la fiesta mayor de Mataró al grito de «Llibertat, amnistia, Estatut d’autonomia». Así que soy testigo de lo que se movía en las calles. No en los despachos, claro está, tenía 15 años. Pero la agitación y el jugarse el tipo daban una idea muy clara de lo que había, de la capacidad de movilización de cada cual. Y doy fe de lo que sigue.

Los secesionistas no estaban. La única presencia callejera de Convergència, el partido fundado por Pujol en 1974, era un discreto lanzamiento de octavillas por un grupito de quince o veinte personas al acabar la sardana de los viernes en la Plaza del Ayuntamiento o de San Jaime, pronto Sant Jaume. Siempre en la misma esquina con calle Fernando, luego Ferran. En cuanto a los abiertamente separatistas, bastará decir que en los conciertos y recitales de Llach, de Raimon, de Serrat, de Pi de la Serra, de Ramon Muntaner y compañía, aparecía una bandera del PSAN, grupo separatista financiado por Pujol con el dinero de Banca Catalana, que tanto cundió. Raro era si distinguías dos banderas independentistas. Lo que se agitaba masivamente eran ‘senyeres’ sin más, o bien banderas comunistas del PTE, de la ORT, del MCC, por supuesto del PSUC. También de los dos PSC, a cuyo congreso constituyente y de unidad en el ‘Palau Blaugrana’ acudí. Había banderas de la CNT, y una del FAGC, el primer movimiento gay organizado que hubo en España. Serrat podía bromear con ellos (Palacio de los Deportes) y nadie se mosqueaba: «Cada cual tiene sus gustos, vosotros veréis, pero para mí, donde haya una tía…» Los chavales del ‘Front d’Alliberament Gai’ se reían a mandíbula batiente.

Los grupos que hoy se arrogan la representación exclusiva o preferente de Cataluña eran insignificantes. Sus estrellas llevan a menudo los apellidos de familias franquistas, son hijos o nietos de alcaldes franquistas, sus fortunas se forjaron a la sombra del proteccionismo franquista. Sepan los que hablan de oído que el esqueleto del discurso nacionalista catalán es de plástico: desde 1714, con los Borbones, llegó un siglo de prosperidad. Con Franco, 40 años de privilegios.