Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 10/6/2011
La negación del carácter estatutario de la sociedad vasca es su negación como sujeto político. Esta es la pregunta que se debieran hacer los vascos, más allá de los pactos, más allá del resultado electoral. El nacionalismo radical rompe la sociedad vasca. El nacionalismo tradicional no se decide si apuesta por el Estatuto o por ir a rebufo del radical. Y mientras tanto, todos sin saber si queremos o no ser país.
Los resultados del 22-M en Euskadi tienen algunas lecturas bastante evidentes. La primera, lo que se ha dado en llamar la irrupción de Bildu, o el tsunami de la izquierda nacionalista radical. Algo que debe ser matizado teniendo en cuenta que sumados los votos tradicionales de Batasuna, más los de Eusko Alkartasuna, más los de Alternatiba -la escisión de Madrazo-, más los que la coalición se ha llevado de Aralar, muchos, y de Ezker Batua, bastantes, no se aleja para nada de los que conseguía Euskal Herritarrok en condiciones de tregua de ETA. No nos encontramos, por lo tanto, ante ninguna novedad histórica.
La segunda lectura es que estas elecciones anuncian una reordenación del espacio nacionalista en Euskadi, una reordenación en torno a dos focos: el del nacionalismo tradicional alrededor del PNV, que fagocitará todo lo que queda de su escisión, EA, que no haya ido a engrosar las filas de la izquierda nacionalista radical; y el foco de Batasuna, que terminará fagocitando todo lo que se mueva a su alrededor: Ezker Batua, Alternatiba, EA, Aralar.
La tercera consecuencia es que ahora comienza la batalla definitiva por la hegemonía en el mundo nacionalista. ETA y Batasuna nacieron con un fin muy claro: sustituir al PNV, al nacionalismo viejo y burgués, y sustituirlo por un nacionalismo nuevo, rupturista con la tradición, revolucionario, radical, consecuente en sus planteamientos. Está llegando la hora de la gran batalla en Euskadi, y esa batalla es la que se va a librar dentro del mundo nacionalista.
Pero la sociedad vasca es más que el mundo nacionalista. Incluso en estas elecciones municipales y forales, que tradicionalmente, y por razones de la norma que regula las elecciones a juntas generales, son las más favorables para el conjunto del nacionalismo, la foto del resultado refleja una sociedad vasca plural y compleja, en cada uno de sus territorios y entre los distintos territorios. En Álava el primer partido es el PP, y en Vitoria igualmente. En Vizcaya lo es el PNV, y en Bilbao lo es Azkuna, que no necesariamente el PNV. Y en Guipúzcoa la primera fuerza es Bildu, al igual que en San Sebastián, pero con el PNV como segunda fuerza en el territorio, cuarta, sin embargo, en la capital.
Esto significa que, teniendo en cuenta que en las elecciones autonómicas y en las generales las proporciones cambian de forma significativa, a la batalla dentro del mundo nacionalista se añade la lucha política entre la sensibilidad nacionalista, dividida radicalmente en sí misma, y la sensibilidad que defiende el pluralismo de la sociedad vasca, dividida a su vez, de forma clásica, entre la derecha y la izquierda. Con el añadido de las diferencias territoriales: poco tiene que ver el mapa de Guipúzcoa con el de Vizcaya, y menos con el de Álava, ni San Sebastián es Bilbao, ni Bilbao es Vitoria. A lo cual se añade en las actuales circunstancias concretas la negativa del PNV a considerar los posibles pactos desde una perspectiva general de país, y preferir jugar de forma territorializada, incluso localizada.
Todas estas consideraciones debieran llevar a alguna reflexión que trascendiera el momento presente y fuera capaz de tomar en cuenta los elementos fundamentales que demasiadas veces se olvidan. Si la foto de los resultados electorales presenta a Euskadi como una especie de jeroglífico de difícil solución, quizá se debiera formular la pregunta de si Euskadi misma, la propia sociedad vasca, no es un jeroglífico en sí misma, de igualmente difícil solución. Mejor dicho: un jeroglífico sin solución, un enigma. ¿Es, o no es, Euskadi un país? ¿Existe, o no, Euskadi como sujeto político?
Nunca lo ha sido a lo largo de la historia, por mucho que se hable de las esencias milenarias del pueblo vasco. Euskadi no existe hasta que lo sueña e imagina Sabino Arana a finales del siglo XIX. Existió el reino de Navarra, hasta que desapareció por la debilidad de la dinastía reinante, enfrentada al poder no sometido de los nobles navarros, a su vez divididos entre agramonteses y beamonteses, división que produjo la intervención de Castilla.Existieron Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, cada una por su lado, relacionadas por mantener sus fueros, institucionalizadas cada una por su lado de forma semejante, aunque a partir de historias bien distintas: no comparten historia común las juntas generales de Álava, de Guipúzcoa y de Vizcaya.
Al tiempo que Arana sueña por primera vez Euskadi, surge en Bilbao y su entorno minero el PSOE, al mismo tiempo que en Madrid, de forma que la sociedad vasca posee dos imaginarios alternativos, más el tradicional carlista y monárquico. Y es solo de la mano del Estatuto, el de 1936 y el de 1979, que Euskadi se constituye como sujeto político. La negación del carácter estatutario de la sociedad vasca es su negación como sujeto político.
Esta es la pregunta que se debieran hacer los vascos, más allá de los pactos, más allá del resultado electoral. El nacionalismo radical rompe la sociedad vasca. El nacionalismo tradicional no se decide si apuesta por el Estatuto o por ir a rebufo del radical. Y mientras tanto, todos sin saber si queremos o no ser país.
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 10/6/2011