Juan Abreu-Vozpópuli

Hay que salir de la provincia catalana para sentir la luz de España. El nacionalismo y sus huestes tribales han impregnado todo en la provincia catalana, y en consecuencia, una roña cubre la realidad catalana, provincia antes luminosa y civilizada. Dicen. Me pasa lo mismo cuando voy al País Etarra, es atravesar la línea provincial y percibir la roña, en ese caso sangrienta, que cubre aquel territorio español como un manto fatídico, pero sobre todo abyecto. La alimaña humana tribal es tan siniestra que ha llegado a quitar su natural esplendor y ser, a la mismísima naturaleza. Por cierto, pasaba lo mismo en la isla pavorosa donde nací (Cuba). Cuando al fin conseguí escapar y arribé a las costas de la Florida, mi primera impresión fue la de haber atravesado una membrana gris, purulenta, que hasta ese momento había cubierto toda mi vida.

Pienso en esto, tan interesante, sentado en el jardín de mi bella editora Rocío Calvo y su filósofo de cabecera (y de lecho), el locuaz, erudito e infatigable Rodríguez Estacio. A Estacio le envidio su memoria prodigiosa. La mía nunca fue gran cosa, pero desde hace un año más o menos es un bajel mal calafateado. Contemplo los ciruelos, los pletóricos manzanos, los melocotoneros, los almendros y las vides, en paz con casi todo y envuelto en la luminosidad palentina que más que luminosidad es un zumo vivificador.

Hemos estado en Toledo y vimos tremolar la bandera española sobre el Alcázar que, tengo esa esperanza, nunca se rendirá. Y en el interior amniótico de la catedral los humosos grecos y un dulce (sí, dulce) Caravaggio, y un Goya que no había visto nunca, un Goya colosal. Y un Velázquez perfecto, austero. Y un Sebastiano del Piombo, música y seda.

Ante el gran arte siempre constato que uno se pasa la vida huyendo de las tinieblas, pero lo que te mata es la claridad

Y en la parroquia de Santo Tomé (a eso vine) me inclino reverente ante el Entierro del Conde de Orgaz. Estuve aquí hace muchos años (treinta, tal vez) y prometí volver y aquí estoy, mitad orgulloso por lo lejos que he conseguido llegar saliendo del vertedero cubano, mitad pesaroso porque ante el gran arte siempre constato que uno se pasa la vida huyendo de las tinieblas, pero lo que te mata es la claridad. Y en la catedral de Burgos la tumba del Cid. Que espero, si se hace necesario, cabalgue otra vez.

También me llega al jardín (no hay escapatoria) y a mis contemplaciones lo de las tetas de Amaral. Corro a verlas. Soy muy de tetas de artistas y de cantantes, así que voy curioso y animado. Pero demasiado esternón. He dedicado toda mi vida a asuntos fundamentales (tetas y culos) y un esternón así es fatal, estéticamente, para enseñar las tetas en un concierto. Enseñar que es siempre, no se dejen engañar, exhibicionismo y su adjunta pátina erótica y su cosquilleo adyacente. Una mujer que se saca las tetas en un acto multitudinario saca a Eros a pasear, eso es indiscutible. Lo asombroso es que esta treta publicitaria sigue funcionando, a pesar de ser más vieja que el mundo. No se habla de otra cosa en España. Todo un éxito, a pesar de tratarse de unas tetas algo mustias.

Es de conocimiento universal, que unas tetas como deben ser no aceptan la ley de gravedad. No es el caso de las tetas de Amaral, ya en pleno descendimiento. ¡Y esos pezones tipo tornillo o trozo de plástico que, cuando te los metes en la boca, causan la misma sensación que encontrarte un trozo de pladur petrificado dentro de un pastel. Muy desagradable.