RAMÓN PÉREZ MAURA_EL DEBATE
  • Como se puede ver tras la constitución ayer de la Mesa del Congreso de los Diputados, todo se resume en ir pidiendo e irles dando. Cuando ese mecanismo funciona, el que demanda competencias jamás se rebela
Lo más triste de este proceso de deconstrucción de España es ver cómo la demostración palpable de todas las mentiras sigue dejando indiferente a la población. Ya hemos dicho que nadie podía considerarse engañado. Todos los que votaron a Pedro Sánchez ya sabían a lo que se arriesgaban. El supuesto voto constitucionalista en Cataluña no era más que una trampa, un juego muy hábil. El resultado del PSC no se debió a su constitucionalismo, sino a la certeza de los votantes de ERC, y también de algunos de Junts, de que la manera más segura para poder seguir consiguiendo rendiciones del Gobierno de España era tener a Sánchez en la Moncloa. Algo que con tres o cuatro escaños menos en Cataluña probablemente no hubieran logrado. Sorprende más que algunos antiguos votantes de Ciudadanos, el partido que mejor encarnó el rechazo al nacionalismo –no digamos al independentismo– durante un breve periodo de tiempo y que logró el respaldo de muchos votantes socialistas cuando ganó las elecciones en 2017 ahora hayan dado este giro radical. Cuesta comprender cómo ha podido haber votantes de Ciudadanos 2017 que hayan votado al PSC 2023.
Así que llevamos un lustro escuchando el argumentario del sanchismo que nos trata de inocular su gran éxito al lograr apaciguar Cataluña. Lo bien que está todo allí… El procés estaba resuelto. Como se puede ver tras la constitución ayer de la Mesa del Congreso de los Diputados, todo se resume en ir pidiendo e irles dando. Cuando ese mecanismo funciona, el que demanda competencias jamás se rebela. La rebelión se produce cuando un Gobierno como el de Mariano Rajoy se convierte en el único en más de cuatro décadas de gobiernos democráticos que nunca hizo la más mínima transferencia a los gobiernos de la Generalidad. Guste o no guste, el dato es ése.
Lo que vimos ayer en el Congreso de los Diputados fue muy deprimente para los que amamos a España. Que, al parecer, cada vez somos menos. Las concesiones al independentismo catalán fueron pocas en número, pero abrumadoras en sus consecuencias. La llamada «desjudicialización del conflicto político entre Cataluña y el Estado» quiere decir que va a haber ciudadanos que han cometido delitos y que igual que con la sedición o la malversación, se va a cambiar la tipificación de sus violaciones de la ley para que se puedan ir tranquilamente a su casa. Si yo fuera un delincuente acusado de cualquier delito preguntaría por qué las transgresiones legales de los políticos se disculpan y las mías no. Están demostrando que no somos todos iguales ante la ley.
Llama la atención también la concesión en materia lingüística. Oficializar el catalán en todas las instituciones, a lo que necesariamente han de seguir las demás lenguas cooficiales en diferentes comunidades autónomas. ¿Cómo se puede ser tan hipócrita como para pretender que esto es «integración»? ¿Qué inmoralidad es decir que se integra cuando una persona que habla español como yo puede encontrarse con que su interlocutor exige que le pongan un traductor para hablarme en vascuence sabiendo que cuando debatamos él conocerá todo lo que yo le digo sin tener que escuchar al traductor y yo tendré que esperar a que termine mi trujamán? Y la Constitución establece que él tiene la obligación de hablar español y que yo no tengo el deber de hablar vascuence. Pero eso lo resolverá Conde Pumpido forzando la Constitución. Nadie lo duda.
Y qué decir del supuesto espionaje en Cataluña del caso Pegasus. Ahora resulta que lo más importante es saber lo que nuestros servicios de inteligencia supuestamente hacían a los traidores que querían romper España, pero es irrelevante lo que el Reino de Marruecos sacó de los teléfonos de los más relevantes miembros del Gobierno del Reino de España. Con un par.
Y no puedo dejar de mencionar la ignominia de la elección de Francina Armengol como tercera autoridad del Estado. Éstos son los socialistas que ahora progresan cuando los electores les dan la espalda. Una mujer que ha propuesto un referendo sobre la Monarquía, una mujer que ha hecho méritos para ser adorada por los separatistas catalanes. A dar pasos sin disimulo hacia la ruptura de España, dando poder a quienes la promueven abiertamente, lo llaman «integración».