Miquel Escudero-El Correo

Dejó escrito Quevedo que «un hombre ofendido, si tiene humos de honor, siempre está cavando en soldar su afrenta»; es el motor vengador. Pero a menudo nos reconcome por dentro el no poder hacer nada que nos restituya, siquiera, una cierta dignidad. Hay daños, sin embargo, que no admiten una reparación suficiente; a un asesinado no le es posible conceder perdón, no puede darlo. Ahora bien, la mejor venganza de un superviviente de maldades es, sin duda, procurar ser feliz y decidido a vivir en paz.

Hablemos de política y lejos de los crímenes cometidos según un plan político de acoso y exterminio: ¿de verdad estamos los ciudadanos en condiciones de exigir nada tangible a nuestros políticos? Parece que no. La democracia no se sostiene solo con ir a las urnas cuando toca y cumplimentar los impuestos que nos toque pagar. Requiere una participación clara y razonable en nuestro entorno, con la vista puesta en el bien común y sin plegarse a ‘lo que toca decir y callar’. No es preciso para ello alistarse en un partido político: bajo la apariencia de una importancia que no se tiene, puede suponer ser un simple peón de brega, acaso con algún beneficio; no pocas veces es un impedimento para incidir con eficacia.

¿Hay que cansarse de reclamar lo conveniente para el bien común, con un empeño que no nos traiga cuenta inmediata? Hace un año y medio el Congreso de los Diputados aprobó una ley para garantizar buenos recursos a los enfermos de ELA y su derecho a una vida digna. Pero, bloqueada a instancias del Gobierno Sánchez sin dar razones, no entra en vigor. Lo mejor es porfiar; aunque sea demasiado tarde para muchos, un día saldrá adelante.