IGNACIO CAMACHO-ABC
- Algunos adanistas se atreven a llamar progreso a este castigo sempiterno de repetir siempre el mismo tropiezo
En la iconografía de la Transición en Andalucía quedará para siempre aquella foto de Pablo Juliá en la que se ve a María Jiménez desmelenada en el escenario, con un sucinto tanga al descubierto bajo el revoleo de su falda flamenca. Fue tomada en un mitin de Rafael Escuredo durante la campaña del referéndum de autonomía del 28 de febrero de 1980. Entonces era costumbre que los partidos llevasen cantantes como teloneros en sus actos, y Escuredo montó una gira por toda la región acompañado de María, Carlos Cano, Camarón, Manuel Gerena, Silvio, el grupo Alameda y el dúo Pata Negra. No iban sólo por la causa: las formaciones partidarias del ‘sí’ tuvieron que tirar de billetera pero los artistas se comprometieron con fuerza y el público vibraba cuando Cano entonaba ‘La blanca y verde’, su célebre canto a la bandera. La UCD fichó a Lauren Postigo para poner voz a un lúgubre anuncio en favor de una abstención que pesaría durante cuatro décadas sobre las posibilidades de gobierno de la derecha.
Abundan hoy las necrológicas de la cantante sevillana, pero uno se queda con la estampa de aquel taconeo que la retrata en su esplendor de juventud, belleza y furia despendolada. Viene al caso el recuerdo porque se enmarca en un momento clave de nuestra historia contemporánea, el que cambió el modelo territorial inicialmente diseñado en favor de las regiones vasca, gallega y catalana. Fue una consulta amparada en la impecable legalidad de la Constitución, bajo unas condiciones leoninas que ahora no superaría ningún movimiento no ya autonómico sino separatista. A saber, mayoría absoluta –sobre el censo, no sobre la participación válida– en cada una de las ocho provincias y una pregunta de redacción retorcida que trataba de desincentivar el voto de unas capas sociales con severos problemas de lectura comprensiva. El resultado es conocido: a pesar de la enorme movilización popular, faltaron unas décimas en Almería aunque luego, tras un áspero forcejeo de maniobras parlamentarias que acabaron perjudicando al Partido Andalucista, Suárez y la oposición encontraron una vía de salida política.
Ha querido la fatalidad que la desaparición de María Jiménez coincida en medio de otro debate sobre la estructura de una nación que parece condenada a un continuo ‘ritornello’, a la lamentable resurrección de conflictos superados por la sociedad y por el tiempo. Protagonistas señeros de aquella época, como González y Guerra, salen del retiro para advertir de la gravedad del momento y contra la amenaza de un retroceso que liquide el proyecto de convivencia sobre cuyos cimientos se edificó el país que hoy conocemos. Cuesta aceptar en serio que sigamos con la matraca de la amnistía y los referendos. Y lo más ridículo es que a esta suerte de suplicio de Sísifo, a este castigo sempiterno de repetir siempre el mismo tropiezo, se atrevan algunos a llamarlo progreso.