IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El acierto de González y Guerra es el de enfocar el rechazo a la amnistía como una cuestión más ética que jurídica

Tal vez exista algo más que responsabilidad individual en la manera con que figuras como Guerra o González han decidido involucrarse contra la posible amnistía a los separatistas catalanes. Hablan entre ellos con frecuencia, movilizan a otros antiguos dirigentes socialistas y coordinan sus apariciones públicas para multiplicar el impacto de los mensajes. El despliegue de la vieja guardia, el «PSOE de caoba», es significativo y palpable; demasiado para que se trate de meros pronunciamientos personales. No parece descabellado pensar que hayan entrevisto una oportunidad de armar una operación de largo alcance para salir al rescate de los principios constitucionales que consideran, como otros muchos españoles, bajo la amenaza de una presión inquietante. En cierta forma han resucitado el debate que en circunstancias similares provocó el derrocamiento –y posterior regreso– de Sánchez. Esta vez el objetivo inicial no consiste en derribarlo sino en embridar una deriva aventurerista de debilitamiento del Estado. Son conscientes de que su ascendiente en las bases está muy mermado pero aún se sienten con autoridad, predicamento y liderazgo para confiar en que haya ciudadanos, militantes y sobre todo grupos de influencia dispuestos a escucharlos. Lo que están cuestionando no es el modelo de dirección –aunque en el fondo también– ni el derecho del presidente a revalidar el mandato; de hecho insisten en aclarar que lo votaron. Su esfuerzo apunta a evitar que ese apoyo quede malversado. Buscan, quizá demasiado tarde, una rectificación, un volantazo.

La estrategia argumental es inteligente porque enfoca el núcleo moral del asunto. Es decir, no discuten tanto si el proyecto cabe o no en la Constitución como si es justo. Lo primero depende del criterio jurídico de un TC donde Pumpido puede hacer valer su constructivismo interpretativo; lo segundo sitúa la amnistía como un problema de orden ético y político que desnuda las intenciones del sanchismo y las confronta con la multitud de ocasiones en que el propio jefe del Ejecutivo y sus ministros se han pronunciado en sentido distinto. Esa idea sí puede calar entre los afiliados y cargos públicos incómodos por el brusco giro que los pone en el compromiso de retorcer sus principios para salvar los intereses coyunturales de un partido obligado a renunciar al pensamiento crítico. Las evidencias son demasiado palmarias para despacharlas como simples remilgos nostálgicos de los antiguos santones de la tribu. Es improbable que logren revolver conciencias en una nomenclatura de estómagos agradecidos pero al menos han abierto una brecha de duda, un resquicio de remordimiento sobre los límites del relativismo líquido. En todo caso ahí queda, para quien quiera oírla, la advertencia de Felipe respecto al trabajo de zapa de las termitas del populismo. Es el sistema, no el poder, lo que está en peligro.