Ignacio Suárez-Zuloaga-El Correo
- Imagino qué pensarían algunos de nuestros personajes ejemplares acerca de quienes les han sucedido al frente de sus partidos
Se ha convertido en habitual el lamento acerca del auge del populismo y el rechazo de los partidos institucionales; pero lo cierto es que quienes se quejan son a menudo sus imitadores. Algo especialmente chocante en la política vasca, que durante siglos se había venido significando por su defensa de ‘lo institucional’ y las formas tradicionales, vertebradoras de las identidades de nuestros territorios históricos. Además, la alusión al ‘siglo de honradez y firmeza’ y de defensa de la identidad desde la legalidad democrática fueron unas de las ideas centrales de la propaganda de la izquierda y el nacionalismo vasco; colocándolas en una especie de plano ético superior, tanto respecto de los partidos herederos del franquismo como de quienes trataban de derribar el régimen del 78 mediante el terrorismo.
A comienzos de siglo se produjo una concienciación entre los dirigentes de los partidos acerca de la necesidad de anteponer la derrota del terrorismo y la defensa de las instituciones democráticas a sus aspiraciones partidistas. Un esfuerzo de entendimiento que colocó a una nómina bastante amplia -y variada políticamente- de nuestros líderes, entre los vascos ejemplares de nuestra historia; en tanto que a los mesiánicos y divisivos -como Ibarretxe- y a los rencorosos e intransigentes -como Mayor Oreja- en ejemplos de políticos fracasados, a los que hay que ponerles un chiringuito para que pasen el tiempo hasta la jubilación.
Después de tantas tensiones y sufrimiento acumulados, cuando Fukuyama y otros afirmaban el triunfo definitivo de las sociedades abiertas, muchos líderes de los otrora partidos ‘tradicionales’ empezaron a destilar mensajes imbuidos por ideas fuerza como ‘los míos con razón o sin ella’, ‘no pasarán’ y el ya célebre ‘pago por adelantado’. Un nuevo eslogan que no deja de encerrar una gran verdad: que resulta ingenuo confiar en la palabra del Gobierno Sánchez. Así se ha normalizado el recurso a la mentira, la manipulación de las instituciones democráticas y el ataque a la división de poderes. Todo indica que estamos sumidos en un proceso sin precedentes de degradación democrática.
La responsabilidad de la situación es de los líderes de los partidos; quienes ejercen un férreo control mediante la concesión de empleos a los militantes y sus entornos. Unos líderes que nada tienen que ver con la nómina de brillantes personajes que se reunieron en la política de la Segunda República y la Transición, donde resultaba fácil encontrar ejemplos de gran erudición y capacidad profesional, de ejemplaridad en la esfera personal, de probidad en el ejercicio del cargo y de dignidad en las manifestaciones y comportamientos.
En un juego mental, me imagino qué pensarían algunos de nuestros personajes ejemplares acerca de quienes les han sucedido en sus partidos. Tengo especial predilección por Juan de Ajuriaguerra, quien en la Santoña de 1937 eligió enfrentarse a una muerte probable por actuar según su conciencia. Su coraje le ganó hasta el respeto de sus enemigos; y salvar la vida. Para después liderar con su ejemplaridad décadas de exilio. ¿Qué pensaría de Ortuzar, con una ikurriña de fondo, sentado, sonriente, junto a un golpista cobarde y corrupto como Puigdemont?
¿Y Julián Besteiro en aquel Madrid de 1939? Angustiado por la suerte de cientos de miles de madrileños hambrientos, asustados ante una probable entrada violenta de los franquistas. ¿Por qué decidió hacer lo que hizo? ¿Por qué se quedó para afrontar la cárcel? Hasta sus carceleros y jueces no pudieron dejar de admirarle. ¿Qué pensaría de Sánchez? ¿Y de la expulsión de Nicolás Redondo Terreros?
Cierto es que los actos irresponsables de los líderes populistas ya no tienen los fines de Alcibiades, Savonarola o Robespierre. Actualmente, el sentido de vergüenza y fracaso es el principal castigo. Siempre uno se puede ir a vivir a algún pueblo del Mediterráneo para evitar que le señalen con el dedo cuando va por la calle. Las memorias de los líderes que en algún momento se dejaron llevar por el populismo, demuestra el terrible cargo de conciencia que arrastraron durante sus últimos años. Indalecio Prieto y Luis Arasquistain son dos buenos ejemplos. En menor medida, en la derecha, José María Gil Robles. Unos textos que enseñarían mucho a quienes hoy degradan nuestra política.
No resulta necesario argumentar la legitimidad de cualquier ideario que respete los derechos de todos y las normas democráticas. Si me parece imprescindible afirmar que hay un corpus de derecho natural, de ejemplaridad pública, de formas de expresión, de decoro – sin imposición alguna en el vestir- para quienes representan partidos e instituciones públicas. No son unos ‘cualesquiera’: son los representantes de la pluralidad de sentires del pueblo. Pero ¿lideran o siguen? Me parece que los de hoy siguen más que lideran, y como no tienen otra ocupación que el sillón que les brinda la política, hacen lo que sea por no perderlo. Lógico y patético. Reflexionemos, indignémonos y hagamos que cambien las cosas. Porque todos los procesos de degradación democrática acaban mal; antes que después.