Tonia Etxarri-El Correo
Limpiar antecedentes penales, borrar delitos que, si los amnistían, nunca habían existido; no sólo olvidar el golpe a la Constitución que intentaron dar desde el poder en Cataluña sino que, al final, el Estado de Derecho va a tener que pedir perdón a los delincuentes del ‘procés’. Quienes están pasando la factura a Pedro Sánchez a cambio de apoyarle en una posible investidura se muestran convencidos de que hicieron lo que tenían que hacer aquel octubre de 2017. Es decir: saltarse las leyes y quebrantar la convivencia. Aplicar la justicia es, a su entender, ejercer la represión. Por eso exigen la amnistía. Porque pretenden volver a cambiar de régimen. Como ocurrió cuando se concedió la amnistía del 77, en el tránsito de la dictadura a la democracia.
En este primer turno de la subasta (que empezó con el apoyo a Francina Armengol como presidenta del Congreso y siguió con la farsa de los pinganillos o el error de bulto de reclamar en la UE que se debatiera la cooficialidad del catalán dejando en la cuneta al euskera y el gallego) iba incluida también la amnistía.
O eso creyó entender Junqueras en su pulso doméstico con Puigdemont. Ayer volvió a insistir mencionando la palabra innombrable en la Moncloa: amnistía. Está hecho, según el líder de ERC mientras Puigdemont sigue pidiendo más dinero y una independencia fiscal similar a la vasca. Y la autodeterminación.
¿Se está ablandando o no Puigdemont? Es la pregunta que ya se formula en los corrillos periodísticos con total naturalidad, obviando que la gobernabilidad de este país depende de un prófugo de la justicia. Un personaje que exige por elevación. ¿Qué legislatura le espera a un Gobierno que va a tener que pedir permiso a los secesionistas para sacar adelante cualquier iniciativa legislativa? Es la preocupación de tantos ciudadanos. No la de Sánchez, que sólo está obcecado en repetir como presidente del Gobierno. Después, ya se verá.
Parece de locos. Pero en este charco nos está metiendo Pedro Sánchez, al que le empieza a sobrar su propio partido, como acaba de sentenciar el socialista crítico Tomás Gómez. La contestación interna en el PSOE es un clamor que supone un incordio para Sánchez, aunque se trate de dirigentes que, en su mayoría, ya no están en la política activa. Aun así, le molestan tanto que, desde Ferraz se encargan de desprestigiarlos ¿Cómo contrarrestar la oposición de tanto crítico con las cesiones a los independentistas? Difamándolos. Diciendo que se han aliado con el PP y denunciando contubernios imaginarios. Lo cierto es que Sánchez, con sus vaivenes y su dependencia de los protagonistas del ‘procés’ ha conseguido un hecho insólito entre sus mayores. Que Felipe González y Alfonso Guerra, que pasaron años sin hablarse, se hayan reconciliado públicamente con el acto de ayer en el Ateneo de Madrid para manifestar su oposición a la amnistía. En su nombre, no.
A Sánchez le dará igual. A los que le molestan, los aparta de su camino. A quienes protestan, los borrará con la misma parsimonia con que borró el delito de sedición del Código Penal.